La historia del holandés Willem Van Est es la historia de un corredor que se dio más a conocer a raíz de su actuación durante dos jornadas en el Tour de 1951 que por el resto de su exitosa carrera. Van Est, gracias a su actuación durante esas dos etapas en su primer Tour, consiguió llegar al corazón de los aficionados, aunque probablemente, no de la forma que a él le habría gustado, sino gracias a un desafortunado suceso del que pudo salir airoso.
Willem Van Est nació en la ciudad de Fijnaart un 25 de marzo de 1923, y
durante su juventud fue cuando comenzó a usar la bicicleta, pero no como
cualquier otro aficionado, sino para realizar contrabando con tabaco, transportándolo en la bicicleta, hasta que fue detenido y enviado varios meses a la cárcel.
Después de concluir la Segunda Guerra Mundial, y reciclarse, comenzó a
competir como aficionado primero, y posteriormente ya en profesionales.
Destacó por su pedaleo fluido y de gran potencia, lo que le valió el apodo de la locomotora humana, gracias al cual consiguió varias victorias en sus inicios, como el campeonato holandés de persecución individual, aunque su primera gran victoria no llegó hasta el año 1950, donde se hizo con el triunfo de la Burdeos-París, una de las carreras de mayor dureza del calendario.
Destacó por su pedaleo fluido y de gran potencia, lo que le valió el apodo de la locomotora humana, gracias al cual consiguió varias victorias en sus inicios, como el campeonato holandés de persecución individual, aunque su primera gran victoria no llegó hasta el año 1950, donde se hizo con el triunfo de la Burdeos-París, una de las carreras de mayor dureza del calendario.
A pesar de esa victoria en la
Burdeos-París de 1950, y otras dos más que consiguió, el año siguiente,
1951, fue probablemente el año más importante en la carrera del
holandés, debido a su participación y actuación en el Tour de Francia.
Aquel año Van Est fue seleccionado por el equipo nacional holandés
para formar parte del equipo, por primera vez en su carrera. Iba a ser
la primera vez que subiera puertos de montaña de verdad, como por
ejemplo el Tourmalet, el Aubisque o un Mont Ventoux que se iba a subir
por primera vez en la historia del Tour de Francia.
Durante
las primeras etapas se mantuvo en los puestos cabeceros de la general,
esperando una oportunidad de hacer algo sonado en la carrera. Esa
oportunidad llegó en la duodécima etapa, la que unía Agen y Dax a través de 185 kilómetros. En la meta situada en el velódromo de dicha localidad se impuso Van Est
en el sprint del grupo, gracias a haber cogido la zona interior de la
pista, según reconoció el propio corredor. Ese grupo llegó a meta con
más de 18 minutos de ventaja con respecto al pelotón de los hombres
importantes. Era la primera vez que iba a vestirse con el maillot jaune,
y lo hacía adelantando en la general a gente como Hugo Koblet o de los
italianos Gino Bartali y el mismísimo Fausto Coppi, siendo además el primer holandés en la historia que se vestía con tan preciada prenda.
Lo que no sabía el bueno del holandés es que el maillot jaune iba a
durar tan solo 24 horas en su poder, debido a la mala suerte.
La siguiente etapa, la del 17 de
julio, se desarrollaría en los Pirineos, y sería una odisea para el
corredor tulipán, poco acostumbrado a circular en los grupos cabeceros
al atravesar los puertos de montaña. Ese día la etapa finalizaba en
Tarbes, y para llegar a ella debían atravesar previamente puertos de la
magnitud del Tourmalet, en primer lugar, para posteriormente ascender el
Aubisque. El Tourmalet lo coronó el líder con el grupo de favoritos,
sin aparentes dificultades. Más dificultades pasó el líder en el
Aubisque ya que aunque permanecía en el grupo, cada vez le costaba más
seguir su rueda. Aguantó casi hasta la cima, pero finalmente cedió la
rueda de este grupo de favoritos, a lo que se unió el infortunio en
forma de pinchazo en una de sus ruedas. Eso le hizo perder en la cima algo más de tres minutos con los primeros clasificados de la general, y le obligaba a arriesgar en el descenso si quería enlazar con ellos.
Si
tuvo mala suerte en el final de la subida, esta se cebó con el holandés
durante el descenso, en forma de caídas. Van Est, que no era un mal
bajador, tampoco era un corredor con una habilidad especial para esta
disciplina, intentó pegarse a la rueda de un Fiorenzo Magni
que le había alcanzado por ese pinchazo y que quizás era el mejor
bajador del pelotón. Aún así, y debido al peso del maillot que llevaba
aquel día, quiso arriesgar por conservarlo, pegarse a su rueda y bajar a tumba abierta.
Durante los primeros kilómetros del descenso, el corredor recibió un
par de avisos ante el riesgo que estaba tomando, cayéndose nada menos
que en dos ocasiones en apenas un par de minutos, aunque no quiso hacer
caso de esos dos avisos en forma de caída que había sufrido, y prefirió
seguir arriesgando, hasta que llegó el aviso definitivo, y no pudo
seguir defendiendo su privilegiada posición de líder de la carrera.
A mitad del descenso del Aubisque, a la salida de una curva en zig-zag de izquierda a derecha, Wim perdió el control de su bicicleta, debido a la velocidad que llevaba, saltó el muro que se encontraba en el lado izquierdo de la carretera, y cayó por el barranco que había al otro lado de ese muro.
La caída fue desde casi 50 metros de altura, aunque los periódicos de
la época llegaron a hablar de hasta 70 metros. El holandés había caído y
podría haberse perdido en el olvido, si no llega a ser porque tanto los
corredores españoles Langarica y Masip como el belga Decock,, y su propio director, Pellenaers le
vieron caer y rápidamente extendieron la voz de alarma, señalando que
Van Est había caído por un barranco y que probablemente se le
encontraría en el fondo del mismo sin vida.
En
medio del caos, y sin que nadie supiera bien que pasaba y como llegar
hasta lo que pensaban que sería el cadáver del corredor, se comenzaron a
oir, primero débilmente y luego de una forma más clara, gritos de
angustia y dolor en una zona donde no debería haber más que silencio, a
lo que hubo una gran sensación de alborozo entre el público, mezclado
con una sensación de preocupación, porque no sabían como podrían
rescatar al corredor caído.
Había que actuar con rapidez, y
alguna de las personas que intentaba colaborar en el rescate, se le
ocurrió coger varios tubulares de repuesto de las bicicletas que los
mecánicos presentes podían aportarles y comenzaron a entrelazar varios
de ellos entre sí, hasta que alcanzase la longitud suficiente para
llegar a donde se encontraba el accidentado. Una vez que hubo llegado
hasta él, se le rodeó la cintura con un último tubular, y con la ayuda
de varias personas fue subido hasta el lugar por donde había caído al barranco.
Nada más ser rescatado por toda esa gente anónima, fue trasladado al Hospital de Tarbes
en ambulancia de manera urgente, para comprobar el grado de los daños
producidos en la caída. Él no quería ir al hospital, sino que quería
seguir compitiendo. Aún así se impuso la opinión de su director de
equipo, que prefería que fuese a hacerse pruebas que descartasen que
tuviese cualquier tipo de fractura.
Más tarde, ya en casa, la marca de relojes Pontiac, que era la marca que suministraba relojes al equipo holandés durante el Tour de Francia, se dedicó a lanzar una brutal campaña publicitaria sobre su producto, en la que realizaban el siguiente anuncio "Caí a setenta metros de profundidad y mi corazón se detuvo, pero mi Pontiac nunca se detuvo". Todo ello porque pocos días después del accidente, el corredor reconoció que su reloj siguió funcionando perfectamente, a lo que la marca decidió aprovechar ese tirón comercial que les acababa de ofrecer el corredor con sus palabras.
Wim Van Est siguió siendo profesional hasta la década siguiente, luciendo el maillot amarillo en otras dos ediciones del Tour (1955 y 1958), obteniendo también victorias de etapa en Tour de Francia y Giro de Italia, siendo nuevamente campeón holandés de persecución individual o consiguiendo otras dos victorias en la Burdeos París (1952 y 1961), pero él siguió siendo mucho más famoso por esos dos días del Tour de Francia de 1951 que por cualquier otro logro de su carrera.
Para recordar ese acontecimiento, ese vuelo milagroso, un monumento fue colocado en el Aubisque el 17 de julio de 2001 por parte de la organización del Tour, concretamente por Leblanc, justo cuando se cumplía medio siglo del accidente, en un homenaje al que pudo acudir el protagonista. Un protagonista que terminaría falleciendo dos años más tarde en su localidad natal, a la edad de 80 años.
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