En los primeros días del mes de marzo de la temporada más convulsa de la historia del ciclismo, la de 1998, se iba a disputar la carrera que da por iniciado el calendario europeo de ciclismo. Desde el 9 de marzo hasta el 16, se iba a disputar la París-Niza, quizás la carrera de una semana más prestigiosa del calendario mundial, sólo por detrás de la Dauphine Liberé.
Dicha carrera había sido ganada en las tres ediciones anteriores por el corredor francés, Laurent Jalabert, del conjunto ONCE, y que para esta edición también partía como el máximo favorito a alzarse con el triunfo final. Para tratar de alzarse con su cuarto entorchado, acudía a la carrera acompañado por Marcelino García, quien siempre rendía en esos primeros meses del calendario, y por un joven David Etxebarría. Otro de los candidatos a alzarse con el triunfo en la carrera era el corredor suizo Alex Zülle, quien acababa de abandonar la disciplina de la ONCE para incorporarse a las filas del Festina, con una oferta mareante de por medio.
Prácticamente nadie apostaba por nadie que no fuera el triple campeón, Jalabert, o el campeón de 1993 de esta carrera, Zülle, pero en esas que se coló en medio de los focos un crio, prácticamente, un chaval del Mapei que contaba en sus espaldas con sólo 22 años. Esa joven promesa era el belga Frank Vandenbroucke.
La carrera iba a constar de 7 etapas, a las que había que unir un prólogo, en forma de contrarreloj, de 10.2 kilómetros. En total, en la carrera se iban a recorrer casi 1.300 kilómetros y sobre todos y cada uno de ellos se iba a ver a un Vandenbroucke que iba a derrochar clase y calidad, realizando una exhibición constante.
Ya directamente iba a obtener su primera victoria parcial en el prólogo. En recorrer esos poco más de 10 kilómetros iba a invertir un tiempazo, e iba a superar al Jalabert más contrarrelojista de su carrera, puesto que no hay que olvidar que había obtenido el campeonato del mundo contra el crono a finales de la temporada pasada. Pero no iba a poder con un corredor belga que ese día iba a volar por las calles de París. Iba a endosar nada menos que 7 segundos a Jalabert, quien fue segundo, pero aún le endoso otros 12 segundos más al tercero del día, Boscardin, corredor del Festina, quien se quedó a 19 segundos de vestir el maillot de líder en aquel prólogo. No había comenzado la carrera y Vandenbroucke ya había dado muestras de su calidad y se había vestido con la prenda de líder, una prenda que llevaría desde ese día hasta el final de la carrera.
Las siguientes 3 etapas de la carrera serían unas etapas relativamente cómodas, a priori, para el pelotón, para que se produjese una final resuelta con un sprint, pero para sorpresa del mismo ya el primer día David Etxebarría conseguía evitar dicho sprint y llegaba con 2 segundos de alentado con respecto a Aus y 5 con un sorprendente tercero, Vandenbroucke. Este seguía a su bola, haciendo un tercero en la segunda etapa casi sin proponérselo. Las siguientes dos etapas si que fueron al sprint, vencidos por Steels ambas, y sin variaciones significativas en la general.
Pero sería la siguiente etapa, la cuarta, la que dictaría la sentencia de la carrera. Esa cuarta etapa finalizaría en el Col de la Republique, es decir, sería un final en alto. Era una etapa corta, de apenas 113 kilómetros, pero esa distancia no supondría ningún impedimento al corredor belga para exhibirse y acabar con la incertidumbre de quien sería el ganador final de la carrera.
Vandenbroucke realizaría un demarraje durante esa ascensión del Col de la Republique y solo Marcelino Alonso sería capaz de cogerle rueda, realizando un corte con el resto de favoritos. En la entrada en meta pudo descolgar al corredor de la ONCE, que entró a un par de segundos de él. Por detrás, hubo de espera otros 20 segundos más para que hiciera su entrada un terceto de corredores, entre los que se encontraba Zülle, y otros 5 segundos más para que entre el vigente campeón, Jalabert.
La carrera, salvo sorpresas, se había decidido, gracias a las dos exhibiciones que había realizado el joven corredor belga, pero aún podía llegarle algún susto, máxime cuando no tenía la ayuda de ningún corredor de su equipo, puesto que ese Mapei, en esa París-Niza, estaba plagado de estrellas, entre ellas un Museew que jamás daba una pedalada de más si no era para sí mismo.
Por fortuna para Vandenbroucke la carrera fue cómoda de ahí hasta el final, con dos fugas consecutivas en las que venció Tchmil y con una etapa final que casi fue de homenaje, en la que venció al sprint Capelle, venciendo a Steels, también un Mapei que corría para sí mismo.
Había muchos gallos en ese corral y que Vandenbroucke ganase esa carrera se debía simplemente a que tenía unas piernas impresionantes, ya que no recibió ayuda ninguna de su equipo. Y eso que su temporada no había hecho más que comenzar, como demostró un mes después, al vencer en la Gante-Wevelgem o en la Vuelta a Galicia.
Era el preludio de su majestuosa temporada de 1999, a la que faltó el broche de un campeonato mundial que viajó a España en las espaldas de Óscar Freire.
Saludos a todos!!
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