domingo, 18 de mayo de 2014

Luis Ocaña. El héroe trágico

El 19 de mayo de 1994 el ciclismo sufrió una trágica noticia. Aquel día Luis Ocaña acabó con su vida con un disparo en la cabeza. Hoy, veinte años después, desde aquí le quiero rendir homenaje al que fuera el corredor más singular del pelotón, una figura muy ninguneada en su propio país natal. Un hombre que no tenía medida, tanto en la vida como en la carretera, y cuya personalidad le hizo llevar todos los asuntos al extremo del todo o nada, como demostró su rivalidad con el Caníbal Eddy Merckx.

Y es que la historia de Ocaña es la historia de una persona maldita, pero al tiempo también es la de una persona inconformista y luchadora. El conquense fue una persona que vivió tanto en la vida y como en el ciclismo con la misma pasión, con el mismo riesgo. El exceso era su forma de vivir, su interpretación de la vida, y así lo fue hasta aquel trágico 19 de mayo de 1994.

Sus primeros años
Jesús Luis Ocaña Pernía fue hijo de la posguerra, naciendo un 9 de junio de 1945 en la localidad de Priego, Cuenca. La situación de pobreza general que se vivía en el país le hizo sufrir mucho desde niño. La escasez de trabajo hizo que cuando apenas contaba con seis años, tratando de huir de la pobreza, su padre encontrase trabajo en el Valle de Arán, en la frontera española con los Pirineos, muy cerca del Col de Portillon. Su vida siguió siendo igual de dura, tanto para los padres como para Luis y sus tres hermanos. En el Valle de Arán el trabajo no era abundante, y un tiempo después el cabeza de familia debió buscar un destino que les ofreciera otra oportunidad. La situación en el país les había obligado a abandonar España.

Ese destino lo iba a encontrar al otro lado de la frontera, en donde el padre trabajaría como leñador. Luis tenía entonces doce años, y aunque durante un tiempo siguió acudiendo a la escuela, meses después comenzaría a trabajar como carpintero, abandonando la escuela. Al lugar de trabajo se desplazaría en bicicleta, en la misma con la que echaba carreras con los amigos, a los cuales, a pesar de sus mofas por el material con el que competía contra ellos, siempre derrotaba.

El joven conquense sabía que era bueno sobre la bicicleta, pero se encontró con la oposición de su padre, quien le decía que nunca llegaría a nada en el deporte y lo que debía hacer era centrarse en su oficio, que era lo que le permitiría salir adelante. Nunca tuvo una gran relación con su padre, pero siempre admiró de él su determinación y capacidad de trabajo.

La carrera de Luis se habría echado a perder de no ser por la figura fundamental de Pierre Cescutti. Pierre tenía un equipo de chicos jóvenes y fue quien habló con el padre, convenciéndole que su hijo podía tener un futuro brillante con la bicicleta. Una vez que obtuvo el beneplácito del progenitor, Pierre le encontró alojamiento en Mont-de Marsan (que pagaba él) y le acogió en su equipo, además de negociar con el dueño de la carpintería para que le dejase tiempo libre al joven corredor para poder entrenarse.

De carácter fuerte, Ocaña no pudo compaginar mucho tiempo el oficio en la carpintería con el ciclismo. Luis tenía que hacer las cosas a su manera, en cualquier ámbito de la vida. Por eso tuvo una fuerte discusión con el dueño de la carpintería, hasta que le arrojó un martillo y este le despidió. Por fortuna para él, los triunfos no tardaron en llegar sobre la bicicleta, con lo que pudo salir adelante. Aún no era profesional, pero se iba a labrar un nombre importante como corredor independiente del equipo Mercier. Ese fuerte carácter hizo que se negase a pasar al equipo profesional como gregario de nadie y finalmente fichar por el conjunto Fagor.

Paso a profesionales
En su primer año de profesionales, en 1968, Ocaña se coronó como campeón de España. El corredor conquense, casi sin bajarse del pódium, fue a visitar a su padre, que con un cáncer de próstata se encontraba ingresado en el hospital. El padre se alegró enormemente. Ambos, padre e hijo, se emocionaron. Semanas después moriría, como consecuencia del cáncer.

Al año siguiente la mala suerte se volvería a cebar con él. En esta ocasión fue en la sexta etapa del Tour de 1969, el primero del Caníbal Merckx, y fue en forma de caída. Ocaña sufrió una aparatosa caída en los primeros compases de la etapa, la cual le dejó muy magullado y con múltiples heridas. Orgulloso, como era, volvió a subirse en la bicicleta, decidido a concluir la etapa. Conforme avanzaba, cada pedalada le iba costando más y más esfuerzo. Su equipo entero se paró a esperarlo y empujarlo cuando fuera preciso: Perurena, López Rodríguez, Galera... Ahí estaba todo su equipo para ayudarle a llegar a meta. En el Ballon de Alsacia, llegó a decir Perurena, el conquense no pudo dar una pedalada y fue empujado por sus compañeros.

Al llegar a meta, no pudo más. Le bajaron de la bicicleta semi inconsciente, sin poder hablar y habiendo perdido mucha sangre. Tuvo que ser trasladado a un hospital para poder ser atendido de las múltiples heridas que se había producido en la caída. Se había acabado de esta forma tan cruel su primera aventura en Francia. Sería el inicio de una mala suerte que le acompañaría toda la vida.

Para la temporada de 1970 iba a cambiar los colores del equipo Fagor por los del francés Bic. Ese cambio de equipo vino acompañado de su primer triunfo en una grande esa misma temporada, la Vuelta a España. En el Tour estuvo al borde del abandono a causa de problemas físicos, aunque acabaría la prueba y conseguiría una notable victoria en la etapa de St. Gaudens. Ahí fue cuando se dio verdadera cuenta de sus posibilidades y de que podía ganar al todopoderoso Merckx. Entonces fue cuando comenzó su obsesión por derrotar al belga. Desde ese momento Ocaña tendría dos enemigos: él mismo y Eddy Merckx. No podía someterse a la autoridad que imperaba desde hacía dos temporadas en el pelotón, y él sería el encargado de acabar con la autoridad. Su obsesión iba a ser derrotar a Merckx.

Derrota a Merckx y caída
Ocaña se había obsesionado con derrotar en la carretera a Merckx. Tal fue su obsesión que llegó a enviar un telegrama al belga a comienzos de la temporada de 1971 diciéndole que respirase en esos momentos, porque en el Tour no le iba a dejar hacerlo:
"Silba ahora que puedes. Stop. Vendrán días en que no podrás hacerlo. Stop. Yo me encargaré de que esos días lleguen. Stop. Firmado: Luis Ocaña (París-Niza, 1971)"
Y en la Grande Bouclé cumplió su amenaza. En la undécima etapa, con final en Orcières-Merlette, destrozó a todo el pelotón, incluido Merckx, aventajándole ese día en casi nueve minutos. Ocaña estuvo ese día exultante, al final lo había conseguido. Había derrotado al campeón Eddy Merckx. Ese Tour, después de la demostración de ese día, ya tenía dueño, pues le sacaba al segundo casi 9 minutos y al belga uno más.

El Tour parecía tener dueño, pero con Merckx ninguna ventaja es suficiente. Al día siguiente, una etapa llana sin aparente peligro, atacó desde la salida y consiguió recortarle dos minutos al líder en la meta de Marsella. Dos minutos a los que se sumaron los once segundos de la contrarreloj de Albi. Aún quedaban por disputarse todos los Pirineos, pero la fortaleza mostrada por Ocaña en la montaña, unido a los siete minutos y veintitrés segundos de ventaja con los que contaba, situaban al español como el futuro vencedor en París.

Pero a Luis Ocaña siempre le acompañó en su vida la mala suerte, como iba a demostrar la 14ª etapa, la cual uniría Revel con Luchon, a través de 214,5 kilómetros. Era la primera etapa de los Pirineos de aquella edición, y en ella los corredores iban a afrontar las subidas a los puertos de Portet d´Aspet, el Col de Menté y el Portillon.

La etapa vivió sus primeros kilómetros bajo un sol de justicia, como había sido durante toda la carrera. Merckx lanzaría dos ataques brutales en el Aspet, primer puerto del día, que serían neutralizados por el líder Ocaña. Como consecuencia de dichos ataques, se formó un un grupo cabecero donde se encontraban los hombres más fuertes de la carrera, entre ellos el propio Merckx, el líder Ocaña y corredores como Zoetemelk, Thevenet o Van Impe.

Tras ese primer descenso, los corredores afrontaban la ascensión al Col de Menté. En ese puerto no pasó nada relevante hasta que a unos dos kilómetros de la cima, el belga Merckx quiso tensar la situación, realizando un tercer demarraje terrible, que iba a poner en jaque a los pocos hombres que formaban ese grupo de favoritos. Al tiempo, el cielo se estaba cerrando sobre sus cabezas.

Nada más coronar, con Merckx primero y Ocaña segundo en ese grupo de favoritos, la lluvia haría acto de presencia, convirtiendo desde ese momento la etapa en peligrosísima para los corredores, pues el barro y riadas de agua inundarían las cunetas en el descenso de Menté. El belga se lanzaría a tumba abierta en el descenso, situación ante la cual, Maurice de Muer, director del Bic, indicó a Ocaña que le dejase marchar, pues con la renta que tenía y los 40 kilómetros de llano que había entre puerto y puerto, era mejor evitar en lo posible los riesgos. Pero Ocaña no podía, no quería, dejar marchar al belga. Quería demostrarle que él era el mejor, y por eso no podía hacer ningún tipo de concesión con nadie.

La violencia con la que había estallado la tormenta hizo que la carretera se convirtiese en un río, y los frenos de las bicicletas quedasen inutilizables, por lo que para tratar de evitar las caídas los corredores debían frenar con el pie. Aún así, todos los corredores se fueron al suelo en alguna ocasión. De esta forma, en una curva de herradura a izquierdas Merckx se salió de la calzada, con Ocaña haciendo también lo propio a continuación. El belga tuvo que colocar la cadena antes de continuar el descenso, en el que cayó otras dos veces. Ocaña por su parte rompió una rueda, la cual fue rápidamente reemplazada. Cuando iba a montar nuevamente en la bicicleta para continuar en carrera, surgió de la nada la figura de un Zoetemelk que había perdido el control de su máquina y no pudo evitar al corredor español, con el que chocó de forma virulenta. Ocaña cayó al suelo y quedó semi inconsciente. La mala suerte había aparecido y aún se multiplicaría cuando, estando en el suelo, Agostinho tuvo el mismo problema que Zoetemelk y les golpeó. El caos en aquel punto fue total y hasta un motorista de la televisión francesa cayó sobre las personas que trataban de auxiliarle.

Ocaña se había roto la clavícula en alguno de los golpes que recibió en esa caída en el descenso de Menté y no pudo volver a levantarse del suelo. El Tour se había acabado para él y tuvo que ser evacuado al hospital más cercano, para ser tratado de sus lesiones. El orgullo había hecho caer a Ocaña. Había perdido el Tour. Pero a pesar de no haber acabado el Tour, de no subirse al pódium de París, había derrotado a Merckx, que parecía que era lo que él más quería.

La etapa la ganaría Fuente, pero nadie estaba pendiente de ello, ni siquiera los miles de españoles que se concentraban desde el puerto del Portillon hasta la meta de Luchon. Estos tenían pancartas de apoyo a un Ocaña que jamás llegó a verlas, y lo pagaron con un Merckx que se mostraba tan afectado como ellos. Recibió insultos, escupitajos y hasta recibió alguna pedrada. Al día siguiente el belga no se pondría el jersey de líder, en un gesto caballeroso, en medio de lagrimas.

Nuevo fiasco en Francia
La caída y abandono en el Tour del 71 sumió a Ocaña en un periodo de crisis que sólo pudo superar volviendo a competir. Su nueva meta sería batir a Merckx en julio, en el mismo lugar donde ya le había derrotado el año anterior, el Tour de Francia.

El Tour se iba a vender como una carrera de Merckx contra Ocaña. Pero hasta entonces, la temporada de ambos corredores fue notable, con el belga sumando su tercer entorchado en el Giro, y con el español consiguiendo un nuevo campeonato de España y la Dauphiné Liberé. El duelo volvía a estar servido.

Y sería en los Pirineos, nuevamente en los Pirineos y en su primera etapa, en donde la mala suerte volvería a aparecérsele a Ocaña, esta vez en forma de caída. Fue en la etapa del Aubisque, cuando los corredores iban a afrontar el descenso del Soulor. Allí el corredor español pinchó. Merckx se acordó de lo sucedido el año anterior en Coucheron, cuando él también sufrió un pinchazo, y decidió lanzar un ataque. Ocaña se vio obligado a arriesgar en el descenso para reducir la desventaja y en una curva entró muy fuerte y se fue al suelo. Thevenet y otro compañero del francés también se fueron al suelo. Sólo el español se levantó. Llegó a meta a duras penas, muy magullado. No pudo continuar en la carrera debido a las lesiones producidas en la caída y a problemas respiratorios que tenían su origen en su infancia. Merckx y su particular trágico destino le habían vuelto a derrotar.

Victoria en París
1973 iba a ser un año diferente para Ocaña. Esa temporada sería la más exitosa para el corredor español, consiguiendo más de una decena de triunfos, en escenarios tan importantes como la Volta a Catalunya, o la Dauphiné Liberé. Pero destacaría especialmente ese año su victoria final en París, la segunda de un corredor español, tras la de Bahamontes. También hay que añadir a sus triunfos, un segundo puesto en la Vuelta a España, en donde Merckx volvió a derrotarle.

Aunque Merckx le había derrotado en la primavera, Ocaña iba a mostrarse intratable en el mes de julio en el Tour, mostrándose como el amo y señor de la carrera. Tal fue el domino del corredor español aquel año en Francia que aventajó al segundo clasificado, Thevenet, en más de un cuarto de hora. Sólo otros dos corredores después de la Segunda Guerra Mundial han hecho una hazaña similar; Koblet en 1951 y Merckx en 1969. Ese dominio se reflejó en la octava etapa de la carrera, en un fantástico duelo entre Ocaña y el asturiano José Manuel Fuente.

Esa octava etapa era una terrible travesía desde Méribel-les-Allues y Les Orres, en donde los corredores afrontarían las subidas a la Madeleine, el Galibier por la vertientes del Telegraphe, el Izoard y la ascensión final a Les Orres. Aunque en la Madeleine los corredores marcharon en grupo, en el coloso de la Grande Bouclé el asturiano Fuente realizó una serie de ataques a los que sólo pudieron responder Ocaña y Thevenet en un primer momento. A pocos kilómetros de la cima, tras un pequeño reagrupamiento, Fuente volvió a realizar un ataque al que esta vez sólo Ocaña respondió.

Ocaña le había ofrecido marchar juntos hasta la meta, y una vez allí, conseguir el triunfo de etapa. Aquello no gustó al Tarangú, que no estaba dispuesto a colaborar con su compatriota y decidió pasara a la acción. Una vez, dos veces, tres veces... así hasta veinte, que fueron las veces que atacó Fuente a Ocaña, sin conseguir dejar atrás al líder de la carrera.

No había podido el Tarangú con Ocaña y a partir de ese momento, a más de 130 kilómetros de meta, sería el de Priego quien pasase a comandar la carrera, situándose en una primera posición que no abandonaría en el resto de la jornada. Fuente marcharía desde entonces a su rueda, sin dar ningún relevo. Antes de subir el Izoard, la ventaja con Thevenet, López Carril y otros favoritos, la renta era de un minuto y medio. La ventaja aumentaría en la cima en casi tres minutos más. La etapa, no había duda, sería para alguno de los dos españoles, viendo la renta con la que contaban.

Pero a 30 kilómetros Ocaña se quedaría sólo en cabeza. El ritmo del conquense parecía que descolgaría en cualquier momento al asturiano, pero éste finalmente se quedó atrás debido a un pinchazo. Fue uno de los pocos golpes de suerte en la vida deportiva de Luis.

La renta del líder con respecto a Fuente llegó a rondar los dos minutos, pero un desfallecimiento hizo que entrase en meta con apenas uno de ventaja. Siete minutos más tarde que el ganador harían su entrada en meta Thevenet y Martínez. Perín llegaría a trece minutos y el grueso del pelotón lo haría a veinte. El coche escoba no llegaría a meta hasta pasada una hora desde la entrada del líder de la prueba. Ocaña había sido protagonista de una de las mejores etapas de toda la historia de la carrera.

Declive deportivo y vida tras retirarse
Nada más ganar el Tour, Ocaña invirtió sus ahorros en comprar un terreno vitícola y una casa de campo, a la que llamó Orcières-Merlete, la etapa en la que por primera vez había derrotado a Eddy Merckx. Cuando no competía dedicaba sus esfuerzos a sus tierras. Fueron unos meses de felicidad en la casa de Luis y Josiane, su mujer. 

Pero nuevamente la desgracia iba a sacudir al conquese. Otra vez iba a presentarse en forma de caída. Esta tuvo lugar semanas antes del Tour de 1974, en el Tour de l´Aude, y le impidió participar en la edición de ese año de la carrera francesa, en lo que iba a ser el gran duelo Ocaña-Merckx. Con 29 años, cuando debía estar en el mejor momento de su carrera, no volvió a ser protagonista en la Grande Bouclé, a pesar de correrla otras tres ocasiones más.

Su declive fue fulgurante y a una persona como él sólo le quedaba la retirada como el siguiente paso digno a su carrera. Dicho paso lo dio con 32 años, tras concluir la temporada de 1977. Su frustración intentó aplacarla trabajando en sus tierras, en las cuales quería producir armagnac, a pesar de las recomendaciones de no hacerlo. El orgullo nuevamente hizo que desoyera los consejos de sus allegados y entendidos y quiso producir el armagnac, llegando incluso a pedir ayuda para su distribución a antiguos compañeros de profesión, como Eddy Merckx o Johnny Schleck.

Pero convertirse en viticultor no fue una una buena idea, como demostró una tormenta destrozó la cosecha y que provocó que durante tres años no se pudiera producir nada en sus tierras. Ante los problemas económicos por no tener aseguradas las tierras, Luis se vio obligado a volver al ciclismo, esta vez como director. No tuvo éxito y probó suerte como comentarista. Tampoco se prodigó mucho en esta faceta.

A esos problemas económicos por perder la cosecha se sumó un grave accidente de automóvil que apunto estuvo de costarle la vida, en 1979. Volvió a sufrir otro grave accidente cuatro años más tarde. En el hospital, recuperándose de uno de esos dos accidentes, le contagiaron la hepatitis C, algo que por desgracia sucedía con mucha frecuencia en esos años en los centros médicos.

Los accidentes en coche, el final de su carrera deportiva, los fracasos en los negocios y especialmente su enfermedad, todo le golpeó al tiempo y no pudo soportarlo a largo plazo. Poco a poco la enfermedad le fue debilitando y las depresiones y las crisis cada vez eran más comunes en Luis.

Así fue hasta que el 17 de mayo de 1994 la enfermedad le provocó un ataque muy grave de pánico. 26 años antes, tras la muerte de su padre, le había dicho a sus más íntimos que si él algún día él sufría una enfermedad como la de su padre, no lo dudaría y pondría fin a su vida. Aquel 17 de mayo amenazó con quitarse la vida, hasta que su mujer llamó al médico para ver si conseguía calmarle. Finalmente Luis se consiguió calmar ante la presencia en su casa de los gendarmes (ante una llamada por intento de suicidio siempre acudían) y pareció desechar su idea del suicidio. Pero era algo temporal.

Dos días después de aquel primer gran ataque de pánico, el día 19, Luis volvió a tener un ataque con el que se puso muy nervioso. Consiguió calmarse un poco y se marchó a su despacho. Josaine extrañada aprovechó esos instantes de calma de su marido para llamar al médico por el teléfono inalámbrico que tenía escondido. Instantes después comenzó a preocuparse y fue al despacho. Allí encontró una escena dantesca. Según el informe oficial, Ocaña se había pegado un tiro en la cabeza, acabando de esta forma con su vida, a la temprana edad de 48 años.

Aquel español emigrante en Francia desde niño, el español de Mont de Marsan, como era conocido, ponía fin a su vida un 19 de mayo de 1994, sufriendo una grave enfermedad hepática y problemas de depresiones, además de problemas financieros por malas inversiones. Murió siendo uno de los deportistas más ninguneados dentro de su propio país, donde apenas recibió reconocimiento alguno. Y murió también siendo el único corredor que había sido capaz de mirar de tú a tú al mejor corredor de la historia, Eddy Merckx, el único que no se sintió inferior al belga y el único al que el Caníbal realmente pudo temer en la carretera. A título póstumo, el 27 de mayo de 2008 recibiría la Real Orden del Mérito Deportivo, en un acto que no compensaría el olvido que su figura había sufrido hasta entonces.


Saludos a todos!!

viernes, 21 de marzo de 2014

Milán - San Remo 1946: el retorno a la normalidad.

La Milán - San Remo como carrera nació en la primavera de 1907, pero sus inicios se remontan a un año antes, cuando la Unione Sportiva Sanremese tuvo la idea de desarrollar una carrera de coches que uniera ambas localidades, pero haciéndolo en dos etapas; la primera entre Milán y Acqui y la segunda entre Acqui y San Remo. La carrera no tuvo ningún éxito en 1906, ya que sólo dos coches consiguieron terminarla. 

Ante ese rotundo fracaso, se encontraban los organizadores buscando alguna solución para hacer rentable la idea de unir Milán y San Remo en alguna aventura de ese estilo. Fue estando en el Café Europeo de Sanremo cuando surgió la pregunta de si se podrían unir ambas en una única aventura en bicicleta. Uno de los presentes era un periodista de la Gazzeta dello Sport, Tullio Morgagni, quien se encargaría de hacerle llegar la propuesta a su director, Eugenio Costamagna, para comprobar si era posible realizarlo. 

Finalmente, con el apoyo de la Gazzeta dello Sport, y bajo la organización de Armand Cougnet, el prestigioso organizador de carreras a quien Costamagna había propuesto el proyecto, nació la Milán - San Remo. Aquella primera Classicissima de 1907 resultó una jornada de mucho frío y lluvia, en la cuál el vencedor fue Lucien Petit-Breton, que completó los casi 290 kilómetros del recorrido a una media de 26,206 kilómetros por hora. Otros treinta y dos corredores más, de un total de sesenta y dos que se habían inscrito, habían tomado la salida en aquella primera histórica jornada de la carrera, aunque sólo catorce la pudieron concluir. 

Si bien la carrera había comenzado con buen pie, no fue hasta su cuarta edición, en 1910 cuando la carrera entró en la leyenda. En aquella primaveral jornada de 1910 el protagonista indiscutible de la carrera fue el frío, el cual hizo que la victoria de Eugène Christophe estuviese acompañada de una dosis de épica. Sólo siete corredores, de los cuales tres resultarían descalificados posteriormente, habían conseguido completar el recorrido en aquella terrible jornada. 

Desde que tuviera lugar la primera edición, en 1907 tan sólo tres veces ha visto interrumpida su celebración la Classicíssima. La primera fue en 1916, con motivo de la Primera Guerra Mundial, mientras que las otras dos veces que no se ha podido celebrar fue debido a la Segunda Guerra Mundial, en 1944 y 1945, como consecuencia de la terrible situación en la que estaba sumido el país.

La primera edición tras la guerra.
A la conclusión de la Segunda Guerra Mundial Italia es un país totalmente desolado. A comienzos de 1946 comenzaba a recobrar cierta normalidad, dentro del proceso de reconstrucción que se encontraba un país necesitado de entusiasmo y emoción. Por ello el antídoto perfecto para levantar los ánimos de la gente era el deporte, un deporte en el que se juntaran ambos sentimientos, mezclados con una gran dosis de épica. Y que mejor deporte para hacer soñar a un pueblo que el ciclismo, un ciclismo que iba a vivir en aquellos años su época de oro, gracias especialmente a dos hombres que dividirían a toda una nación en un enfrentamiento constante sobre cual de los dos era mejor que el otro. Esos dos hombres en torno a los cuales se generarían esas discusiones, como no podía ser de otra forma, iban a ser Gino Bartali y Fausto Coppi. Y no iba a haber mejor forma de volver a enfrentarlos en la carretera que recuperando la Classicísima. Y de tal forma sería anunciado desde tiempo antes de la celebración.

Coppi acumuló más de 7.000 kilómetros en el invierno anterior a la carrera
Como la carrera fue anunciada con tiempo y como Coppi había pasado bastantes meses como prisionero de guerra británico al final de la contienda, si quería vencer en la carrera debía llevar a cabo un entrenamiento muy severo, algo impropio de la época. Cuidó al detalle su alimentación, la hidratación y pequeños detalles que podían marcar la diferencia, como los puntos de habituallamiento. Entrenó pensando en un pico de forma, algo que no se vería hasta décadas después, y lo hizo siendo sabedor que la diferencia de la carrera la marcaría la subida al Turchino, la única dificultad reseñable de la carera, la cual se encontraba a más de 100 kilómetros a meta. Su fichaje ese invierno por el conjunto Bianchi no hizo sino aumentar sus ganas y la intensidad de su entrenamiento. Coppi iba a llegar a la salida de Milán con unos siete mil kilómetros en sus piernas. Una locura para la época.
 
19 de marzo de 1946, Coppi hace historia. 
En la mañana del 19 de marzo los corredores están reunidos en la Piazza del Duomo de Milán, a la espera de tomar la salida de la carrera que les dirigirá a San Remo. También hay un significativo público acompañándoles, ansioso de recuperar la normalidad. A las siete y media de la mañana, un periodista francés llamado Yves Mazan, hijo del primer ganador de la carrera, Petit Breton, agita la bandera que indica que la carrera da comienzo. Es la primera carrera de la posguerra, el retorno a la normalidad.

Casi sin tiempo para haber entrado en calor, en el primer tercio de la carrera se produce un ataque de cinco corredores, a los que el pelotón deja ir, pensando que es una locura la aventura que están iniciando, un suicidio. Esos cinco corredores serían los franceses Lucien Teisseire, James Bardelli y los italianos Tomin Casellato, Louis Mutti y Fausto Coppi. Nadie creyó en lo que veía, Coppi atacando a 200 kilómetros de meta. Pero tampoco nadie creyó que podría resultar la aventura, y dejaron marchar al grupo.

La diferencia poco a poco fue ascendiendo. Dos, tres, cuatro minutos... hasta que al paso por Pontecurone ésta rondaba ya los seis minutos. Los corredores estaban llegando al momento en el que debían cruzar el Scrivia, un afluente del Po, pero el puente había sido bombardeado durante la guerra y no quedaba más que una parte de él en pie. Como solución, se habían colocado unos tablones de madera para que los corredores pudieran alcanzar la otra orilla. Una vez cruzado el río, en el sprint intermedio de Novi la diferencia ya era superior a los ocho minutos y desde el pelotón se confiaba en que el agotamiento hiciera mella en los fugados.

Teisseire agachó la cabeza para cambiar de marcha y cuando la levantó Coppi ya le había dejado atrás
Pero esa confianza se vino abajo cuando en Ovada, Teisseire se cansó de cargar con sus agotados compañeros y decidió atacar. Tan sólo Coppi pudo marchar a su rueda. Ambos corredores se dirigieron en armonía a Masone, el paso previo antes de alcanzar el Turchino, el punto clave de la carrera. Durante media subida Teisseire fue capaz de seguir, no sin problemas, la rueda de su compañero, pero en un momento el joven corredor corredor francés agachó la cabeza para cambiar de marcha, y cuando volvió a levantarla, Coppi ya se había alejado.
 
Il Campionissimo fue el primero de los corredores en cruzar el estrecho túnel que culmina en la cima genovesa. En la parte superior del Turchino la ventaja con respecto a Teisseire, el más inmediato de sus perseguidores, es apenas insignificante cuando aún le faltaban 147 kilómetros para alcanzar la Vía Roma donde estaba situada la línea de meta.

En el descenso a Voltri la diferencia va en aumento a favor del corredor del Bianchi. En esos momentos hay cuatro minutos entre ambos corredores, y el doble con el grupo en el que marcha un Bartali muy enojado. En Varazze, en donde la gente se agolpaba en la plaza principal, la diferencia entre los dos primeros superaba ya los siete minutos. Desde aquel punto hasta la línea de meta el aumento de la ventaja de Coppi no fue tan escandaloso como hasta ese momento, pero continuó aumentando de forma gradual hasta el final de la prueba.

Nicholas Carosio: "Orden de llegada, primero Fausto Coppi... esperando a que los otros corredores lleguen, les ponemos música de baile"
Coppi se presentaría en la línea de meta de San Remo sin botellas de agua, y nada más atravesar la línea de meta, con su compostura habitual, frenó la bicicleta y se bajó de ella, exhausto después de más de ocho horas de pedaleo, de las cuales más de la mitad fueron en solitario. Al tiempo y por la radio Nicholas Carosio pronunciaba la mítica frase: “Orden de llegada, primero Fausto Coppi... esperando a que los otros corredores lleguen, les ponemos música de baile”. Coppi había ascendido aquel día a los altares del ciclismo.

Y es que, en efecto, las diferencias serían abismales aquel día. Teisseire sería segundo en meta, llegando a 14 minutos del campeón italiano. El tercer puesto se decidiría al sprint en un grupo de diez corredores que llegaría a 18 minutos y medio, siendo el más rápido de ellos Mario Ricci. Los siguientes corredores fueron llegando a cuentagotas y a un mundo de un Coppi que en el momento de su llegada a meta ya se encontraba en el hotel.

Una carrera de leyenda
Aquel 19 de Marzo de 1946 pasaría a la historia como el día en el que el deporte y la heroicidad habían marchado de la mano. Fausto Coppi había comenzado a fraguar una carrera de leyenda, de la que ya había dado unas pequeñas pinceladas en sus primeros años, salvando todas las adversidades de una carrera que, al igual que sucedería con la de Bartali, estaría marcada ineludiblemente por la Segunda Guerra Mundial.


Clasificación Milán - San Remo 1946.  
1- Fausto Coppi (Bianchi) 8h 09´ (35,950 km/h) 
2- Lucien Teisseire (Ray - Dunlop) a 14´ 
3- Mario Ricci (Legnano) a 18` 30´´ 
4- Gino Bartali (Legnano) m.t. 
5- Severino Canavesi (Bianchi) m.t. 
6- Vito Ortelli (Benotto) m.t. 
7- Adolfo Leoni (Bianchi) m.t. 
8- Osvaldo Bailo (Girardengo - Gestri) m.t. 
9- Salvatore Crippa (Enal - Campari) m.t. 
10- Emilio Croci Torti (Tebag) m.t.


Saludos a todos!!

jueves, 13 de febrero de 2014

Cascata del Toce. El último canto de cisne de Pantani

Marco Pantani era un joven ciclista de Cesena que se convirtió en ídolo de su país un 5 de junio de 1994, derrotando al mismísimo Miguel Indurain. Aquella victoria, y su actuación tanto en ese Giro como en el Tour de ese año, hizo soñar a sus compatriotas con la posibilidad de que uno de los suyos volviese a conquistar París y devolviese al país a la senda del triunfo en las grandes rondas. Durante años hizo vibrar no solo a los italianos, sino a todo el mundo del ciclismo, con sus ataques demoledores en las rampas y puertos más exigentes del calendario ciclista, junto a sus incontables victorias.

Pero todo se torció un 5 de junio de 1999, justo cinco años después del día en que se dio a conocer al mundo, con un análisis de hematocrito que resultó positivo, en la mañana siguiente a la etapa de Madonna di Campiglio. Ese positivo significó la caída al abismo del Pirata, aunque en ese momento aún era pronto para saberlo, y nadie quiso, o pudo, ayudarlo a salir del pozo en el que se iba a hundir en los siguientes años.

Ese positivo le imposibilitó hacerse con el triunfo en un Giro que tenía ganado, y tampoco acudió al Tour, algo que ya tenía pensado antes del positivo, decidiendo dar la temporada por concluida. Nunca volvió a recuperar el magnífico nivel que había mostrado en esos dos últimos años, bien fuera por caídas, por lesiones, o por su propia cabeza, que sería su mayor rival en esos sus últimos años de vida.

Nunca llegó a recuperar el nivel de antaño, pero en el Tour 2000 nos hizo soñar con volver a ver al mejor Pantani
A pesar de no ser el mismo corredor que antes del positivo, en el 2000 nos regaló un puñado de grandes actuaciones, como su triunfo en Courchevel, que sería su postrera victoria en el Tour, o especialmente la etapa en que pasaban por el Joux Plane, donde pudo hacer perder la carrera a Armstrong. No volvió a la carrera francesa, pues por el empeño de Leblanc había sido vetado por la organización, pero sí siguió apareciendo en su carrera, el Giro de Italia, hasta su muerte. Allí no brilló de la misma manera que en la Grande Bouclé, pero siguió regalando momentos ilusionantes, como los dos últimos ataques que protagonizó en 2003, uno en el Zoncolan, y otro, el último, el que contaremos a continuación, en Castata del Tocce.

Su muerte, meses después de aquella participación en el Giro, no hizo sino hacer eterna la figura del Pirata, un hombre que emocionó a los amantes del ciclismo durante poco más de un lustro, para luego después caer en un abismo de depresiones, alcohol, fiestas y mujeres del que ya no pudo salir, mezclado todo ello, eso sí, con fugaces momentos de resurrección que hicieron emocionarse a todo amante del ciclismo. Hoy, 10 años después de su muerte, los aficionados no podemos sino añorar la figura de Marco Pantani y lo que significaba para cada carrera en la que se colgaba un dorsal.

Castata del Tocce, el último ataque
La 19ª etapa del Giro 2003 iba a ser la última con final en alto de la carrera, y por lo tanto el Paso de Toce Formazza iba ser la última para los escaladores de conseguir brillar en la ronda italiana. La carrera ya había quedado vista para sentencia en previamente, puesto que Simoni aventajaba al segundo y tercer clasificado de la general, Garzelli y Popovych, respectivamente, en cerca de ocho minutos.

Esta última etapa montañosa de la carrera iba a ser una jornada maratoniana, de casi 240 kilómetros, pero a cambio sólo se iba a afrontar una única dificultad montañosa, la subida a Cascata del Toce, cima inédita en la carrera. Ese puerto, situado en los Alpes, cerca de la frontera con Suiza, tendría una longitud de 17,1 kilómetros, con un porcentaje suave, del 5,2%, pero con rampas que rondan el 10%, con un desnivel de 700 metros.

Iba a ser una jornada bastante dura, puesto que aunque el puerto no fuera de gran dureza, los corredores afrontarían esa jornada de kilometraje infernal, que se sumaba a la etapa anterior donde medio pelotón había sido expulsado de la carrera por llegar fuera de control y a los veinte kilómetros que precedían al puerto, que marchaban siempre hacia arriba, y al hecho que los corredores habían tenido que madrugar bastante ese día, ya que la salida de los 97 corredores que quedaban en carrera tendría lugar a las 9 y media de la mañana.

La etapa, hasta la llegada a Formazzo en los últimos 40 kilómetros de la misma, no tuvo ningún tipo de historia, aparte del hecho que Magnus Backstedt se asegurase la clasificación del Intergiro, por delante del checo Jan Svorada.

Tras pasar el Lago d´Orta, antes de la última subida, la fuga de cuatro corredores, en donde destacaría la presencia del combativo corredor del Kelme, Tino Zaballa, iba a ser neutralizada, debido al trabajo del Vini Caldirola. El conjunto italiano se estaba mostrando muy ofensivo ese día, más por defender la segunda posición de Garzelli ante un incipiente Popovych, situado a 11 segundos en la lucha por la segunda plaza, que por inquietar a un sólido líder Simoni.

Conforme avanzaba la carrera, ya en ese último puerto y con la escapada reducida, el grupo cabecero vio como poco a poco éste iba a ir perdiendo unidades, quedándose en cabeza un grupo de unas 35 unidades, con todos los grandes nombres entre ellos; Simoni, Garzelli, Popovych, Frigo, González... Entre esos hombres importantes de la carrera se iba a encontrar el que había sido el corredor más importante del país transalpino en las últimas décadas, Marco Pantani.

El grupo iba a marchar compacto durante los primeros kilómetros de la ascensión, hasta que a falta de unos 8 kilómetros se produjo el primer ataque en el grupo. Caucchioli, tercero en la edición de 2002 y que casi no se había dejado ver en la presente edición, iba a ser quien lanzase ese ataque. Mazzoleni intentaría seguir el ritmo de su compatriota, pero le sería imposible, por lo que se reincorporó al grupo. Quien sí pudo seguir al italiano del Alessio fue el joven luxemburgués Kim Kirchen, del Fassa Bortolo, con quien formó un dueto cabecero durante varios kilómetros.

Pantani renace de sus cenizas
Poco después de pasar por la pancarta de cinco kilómetros a meta, en una larga recta y saliendo desde la cola del pelotón, en donde se encontraba junto a un compañero del Mercatone, saltó del grupo a gran velocidad Marco Pantani. Un Pantani que, al igual que hiciera en el Galibier cinco años atrás, o en Santa Cristina el día en el que le conoció el mundo, sujetaba el manillar por su parte baja y marchaba de pie sobre la bicicleta con la cabeza agachada, tratando de lanzar uno de sus famosos y demoledores ataques.

Ese ataque, aunque un tanto inesperado, era al tiempo deseado por todos los amantes de este deporte desde hacía casi cuatro años. Marco Pantani, Il Pirata, se había puesto en cabeza del grupo y había conseguido abrir un hueco de varios metros con respecto al resto de corredores que formaban el pelotón principal.

La noticia del ataque comenzó a correr como la pólvora entre los tiffosi que habían acudido aquel día al puerto, que comenzaron a emocionarse y soñaron con una nueva victoria de su ídolo. Ya nada más le iba a importar a los tiffosi ese día, pues podían estar asistiendo al resurgir del Pirata.

Ante el ataque, los tiffosi soñaron con un nuevo triunfo, que jamás se produciría, del Pirata
Esta vez no tuvo éxito su ataque, como sí lo había tenido en otras tantas ocasiones, ya que ni el pelotón, en general, ni Simoni, en particular, le iban a hacer ningún tipo de concesión. Apenas medio kilómetro después de haber abierto un pequeño hueco, era neutralizado por Frigo, Belli, Simoni y Pellizotti. En ese corto tiempo que había durado el ataque, fueron neutralizados los corredores que marchaban en cabeza de carrera, el de Alessio, Caucchioli y el de Fassa, Kirchen. Había puesto al grupo de favoritos en fila de uno, pero no había tenido éxito el ataque.

A pesar de que no haber podido escaparse, que su ritmo no fuera el del campeón de tiempo atrás, sino más bien el de un simple corredor que no era capaz de dejar atrás a unos rivales que años atrás no podían ni haber soñado con seguir su rueda un puñado de metros en un puerto, Pantani no se dio por vencido y siguió luchando.

Marco ya no era el corredor de años atrás, pero él seguía siendo un luchador infatigable. Todo lo que había conseguido, había sido con un sacrificio y un esfuerzo enorme. Porque él no entendía otro lenguaje que no fuera la lucha y el sacrificio, como demostró en los momentos más duros de su carrera; la lesión producida por el atropello de la Milán-Turín de 1995, o, especialmente, al análisis positivo de Madonna di Campiglio de 1999. Después de cada gran golpe que se había llevado en su vida, había luchado y se había levantado, aunque ese último golpe le dejase muy tocado. Ahora, con 33 años, no iba a ser menos e iba a honrarse a sí mismo en el que sería el último puerto en carrera de su vida.

Volviendo a la carrera, cuando aún faltaban unos cuatro kilómetros para alcanzar la línea de meta, Marco no sólo no se escondió o buscó refugio en el centro del pelotón, sino que siguió al frente del grupo, realizando una de sus habituales aceleraciones, que otrora ahogaban a los rivales. Inicialmente tan sólo Simoni fue capaz de seguir el ritmo del rapado corredor italiano, aunque sin llegar a coger completamente su rueda. Otra vez que, en apenas unos minutos, volvía a hacer soñar a sus incondicionales. Pero no era más que otro espejismo, pues unos segundos después era neutralizado por un grupo de ocho unidades, encabezado por el líder de la carrera. En ese nuevo grupo cabeza de carrera destacaba la ausencia del segundo corredor de la general, y antiguo compañero del Pirata, Stefano Garzelli, que marchaba con unos metros de retraso con respecto a la cabeza de carrera, aunque rápidamente se recuperaría.

Lo había intentado dos veces Marco y en ambas le habían neutralizado, pero como dice el refrán, no hay dos sin tres, y, por supuesto, hubo un tercer ataque de Marco, el tercero en poco más de un kilómetro. En el momento de su ataque, Simoni iba encabezando el grupo y, viendo como le había costado cogerle rueda en el ataque anterior, prefirió darle un poco de libertad en este tercer intento, sabedor que la carrera se la estaba jugando con otros hombres, no con su antiguo rival desde que eran cadetes.

Aunque no peleaba por la general, Simoni no dejó marchar al que era su máximo rival desde cadetes
Poco iba a durar el sueño de la gente de volver a ver como alzaba los brazos en la línea de meta Pantani, ya que a tres kilómetros de meta iba a ser neutralizado definitivamente por un grupo de catorce unidades, en el que Simoni imponía un ritmo asfixiante. Este sería el epílogo de la carrera de Marco Pantani, un último canto de cisne que regalarle a esos aficionados a los que tanto había hecho disfrutar hacía no tanto tiempo.

Simoni vence, Pantani permanece en el recuerdo

Tras alcanzar al pirata hubo un pequeño parón en el grupo, que duró lo que tardaron en llegar a una curva de herradura, tomar aire todos los corredores y mirarse a la cara. Un nuevo demarraje se avecinaba, y este iba a correr a cargo de Franco Pelizotti. Nadie en el grupo, con excepción de Simoni iba a poder responder al ataque del elegante corredor italiano. Ambos corredores abrieron un pequeño hueco con el grupo que ahora cerraba un agotado Pantani justo antes de entrar en las galerías que se encontraban en los últimos dos kilómetros.

Sería en esas galerías, en un momento en el que las cámaras de televisión no pudieron captar, cuando el capo de la carrera, Gibo, se quedaría en solitario en cabeza de carrera, buscando una brillante victoria de etapa. Había controlado a la perfección la etapa, y a la salida de las galerías, ya en el último kilómetro, marchaba en solitario, por delante de un grupo formado por Frigo, Mazzoleni, Noe y Pelizotti. Pantani, por su parte, ya no tenía fuelle e intentaba aguantar la rueda de su compañero Gasperoni, quien trataba de ayudarle a llegar a meta.

La etapa fue finalmente para el líder de la carrera, Gilberto Simoni. Un Gilberto que se hacía de esta forma con su tercera victoria parcial de la carrera. Pero a pesar de su brillante victoria, ni los focos ni los flashes estaban dirigidos a él. Esa atención estaba dirigida a otro corredor que no haría ni entre los diez primeros clasificados del día, un hombre que iba a entrar en meta a 44 segundos del ganador, arropado por su compañero Gasperoni. Simoni había ganado, pero los tiffosi sólo querían al otro hombre, alguien que para ellos estaba por encima del bien y del mal.

Simoni había vencido la etapa y la general, pero la afición sólo tenía ojos para Pantani
Ese otro hombre no podía ser otro que Marco Pantani, ídolo del país, y que aquel 30 de mayo de 2003 iba a vivir el que sería su epílogo en la carretera y casi en su vida misma, pues apenas unos meses después aparecería muerto en aquella habitación del hotel de Rimini. Su trágico desenlace no iba a hacer más que convertir en mito a alguien que ya era una leyenda. Marco, diez años después de su muerte, y dieciséis después de haberlo conseguido, sigue siendo el último corredor italiano en vencer en el Tour de Francia y es el último corredor que ha conseguido el doblete Giro-Tour, consiguiendo ambos logros en 1998.


Clasificación 19ª etapa. Canelli-Cascata del Toce:
1- Gilberto Simoni (Saeco) 6h 20´05´´
2- Dario Frigo (Fassa Bortolo) a 3´´
3- Eddy Mazzoleni (Vini Caldirola-Sidermec) m.t.
4- Andrea Noe (Alessio) a 10´´
5- Franco Pelizotti (Alessio) a 13´´
6- Wladimir Belli (Lampre) a 21´´
7- Raimondas Rumsas (Lampre) a 27´´
8- Yaroslav Popovych (Landbouwkrediet) m.t.
9- Stefano Garzelli (Vini Caldirola-Sidermec) a 36´´
10- Aitor González (Fassa Bortolo) a 39´´
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12- MARCO PANTANI (Mercatone Uno) a 44´´

Clasificación General:
1- Gilberto Simoni (Saeco) 85h 44´ 39´´
2- Stefano Garzelli (Vini Caldirola-Sidermec) a 8´ 04´´
3- Yaroslav Popvych (Landbouwkrediet) a 8´ 06´´
4- Andrea Noe (Alessio) a 9´ 49´´
5- Georg Totschnig (Gerolsteiner) a 10´ 35´´
6- Raimondas Rumsas (Lampre) a 11´ 01´´
7- Dario Frigo (Fassa Bortolo) a 12´ 38´´
8- Franco Pellizotti (Alessio) a 14´ 21´´
9- Serhiy Honchar (Di NArdi) a 16´ 28´´
10- Wladimir Belli (Lampre) a 20´ 17´´
...
13- MARCO PANTANI (Mercatone Uno) a 27´ 16´´


Saludos a todos!!