martes, 28 de febrero de 2012

El infierno en el Gavia, 1988

El mito del Gavia nació un 5 de junio del año 1988. Ese día se iba a disputar la 14ª etapa del Giro d´Italia de ese año, una etapa corta, de apenas 120 kilómetros, pero que sorprendentemente iba a ser la etapa clave de la carrera. Estaba siendo una carrera muy dura, más que por el recorrido, que era duro, lo era más por las condiciones climatológicas, que como ejemplo, habían obligado a suspender la 11ª etapa de la carrera.

Aquel día la salida de la carrera, en Chiesa Van Malenco, iba a estar empañada por la lluvia. La gran mayoría de los corredores llevaban muchas capas de abrigo como protección contra el frío. Los corredores iban a afrontar una rápida salida hasta la llegada a Aprica, precedida por una pendiente ligera. A continuación vendría una ligera bajada antes de afrontar el Gavia, un puerto terrible en el cual hay una parte importante de la carretera que no estaba asfaltada. Por último los corredores afrontarían un largo descenso, hasta la meta en Bormio. Pero aquel día, a pesar del corto kilometraje, no iba a ser uno más en la vida de estos ciclistas. Iba a ser para muchos, el día más duro de su vida.

El comienzo de la etapa, con los ingredientes habituales, un par de fugados que se lanzan a la aventura, y un pelotón que trabajaba, con el grupo del líder a la cabeza. En este caso, los primeros valientes fueron Joho y Pagnin. Con estos dos fugados se hizo el paso por Aprica, con la lluvia, que seguía empapando a los ciclistas. Los ciclistas afrontaban en ese momento la subida a un infierno disfrazado de carretera, el Gavia, un puerto que tiene una parte importante de su kilometraje sin asfaltar, que tiene duras pendientes, y que la gran parte de su carretera se encontraba cubierta por la nieve, ya que el frio había transformado la lluvia en nieve.
 
El primer corredor importante que se animó a atacar fue Van der Velde. Un loco. No por atacar, sino porque en ese día tan duro, estaba compitiendo sólo con su maillot de líder de la regularidad, sin ningún tipo de abrigo. En comparación, los americanos no solo iban bien cubiertos, sino que también se habían untado unos aceites especiales para combatir el frío. Rápidamente adelantó a los fugados y se puso en cabeza de carrera. A su espalda, Hampsten también lanza un duro ataque, que le deja en solitario hasta que unos kilómetros después, Breukink le da alcance.
 
Por detrás, los corredores más que por la etapa, parece que peleen por la supervivencia, desde el líder Chioccioli hasta el que va a ser el ganador del Tour de ese año, Perico Delgado. Todos ellos han cedido hace muchos kilómetros y pelean por acabar la etapa lo más dignamente posible.

Van der Velde coronará en solitario el Gavia, pero su particular infierno está por llegar. El dueto Hampsten y Breukink coronan con apenas medio minuto de desventaja. Muchos minutos por detrás, corredores como Gaigne se niegan siquiera a seguir compitiendo, quiere acabar ya con su sufrimiento. Las imágenes de todos esos ciclistas eran dantescas.
 
Las informaciones que iban llegando a cuentagotas, decían que Hampsten había dejado atrás a Breukink y se encontraba en cabeza de carrera. ¿Y Van der Velde? Nadie sabía nada de él, y hasta muchos minutos después que el ganador hiciese su entrada en meta, no se sabría nada de él. Eran unos 20 kilómetros de descenso, y cuando faltaban 10 a meta, Breukink estaba recuperándole terreno a la cabeza de carrera, el corredor del Seven Eleven, Hampsten, hasta que le alcanza y se coloca él en tan privilegiada posición.
 
Como nada más concluir el descenso la etapa terminaba, Breukink alzó los brazos victoriosos en la meta de Bormio, tras habérsela jugado en el descenso. Había vencido en una etapa mítica, y no lo había hecho de una forma cualquiera, sino que a la heróica. Hampsten llegó a sólo 7 segundos del ganador, lo que le permitía ser líder en la general, y mantener las distancias con el corredor holandés (15 segundos a favor del norteamericano).

El siguiente corredor en hacer acto de presencia en la meta, fue Tomasini, a un mundo, 4 minutos y 39 segundos. Un puñado de segundos después, era Giupponi quien hacía su entrada en meta. El trio Zimmermann, Giovanetti y el otrora líder, Chioccioli, era el siguiente en aparecer por la línea de meta. Delgado llega a más de 7 minutos, casi 10para Bernard, más de un cuarto de hora para Raúl Alcalá, y los corredores seguían llegando, pero no había aún ni rastro de Van der Velde... ¿dónde se encontraba el holandés?
 
El holandés, quien había pasado por la cima del Gavia en primera posición, se puso un chubasquero al coronar, y se lanzó a por la victoria de etapa. 2 kilómetros más tarde estaba hundido por el frio y se veía obligado a poner pie a tierra y entrar dentro de una de las caravanas que se encontraban en el descenso, para poder volver a coger temperatura. 46 minutos y 49 segundos después que el ganador hiciera su entrada en meta, lo hizo él, siendo esta la última vez que hizo una aparición digna en una carretera, aunque su carrera duró aún un par de temporadas más. Aunque ese año, pudo conservar el maillot de la regularidad de la carrera.

Las imágenes que se pudieron ver en Bormio eran dantescas, con alguno de los corredores que lloraba, otros que se retorcían de dolor... y muchos de ellos hicieron una parte de la bajada en los coches de equipo, habiéndose bajado de estos a 3 kilómetros de meta y completando sobre la bicicleta esa distancia final. La organización, evidentemente, no pudo descalificar a nadie. Muchos de estos profesionales quedaron marcados de por vida, alguno de ellos, como Van der Velde, jamás volvió a asomar su cabeza a un puesto cabecero de la carretera. Pero habían conseguido sobrevivir a ese infierno de color blanco.



Saludos a todos!!

martes, 21 de febrero de 2012

Fausto Coppi, il Campeonissimo

"Un hombre solo y al mando, su maillot es blanco y celeste. Su nombre, Fausto Coppi". Esa fue la frase usada por Mario Ferretti en la narración televisiva de la RAI, al contemplar la exhibición que hizo Fausto Coppi un 10 de junio del año 1949, en su carrera, el Giro, y ante su rival, Bartali, una hazaña que le elevó hasta la eternidad.

Y es que 1949 fue el año en el que se consagró definitivamente Fausto Coppi. Tenía ya dos Giros en su palmarés, pero fuera de sus fronteras, todavía no tenía un nombre acorde a sus cualidades y sus éxitos. Ese año obtuvo la victoria nada menos que en San Remo, Lombardía, el Tour y en el Giro. En esta última, en un 10 de junio, a sólo 3 etapas para que terminase la carrera, Fausto realizó una exhibición que aún a día de hoy, cuando hace más de medio siglo de la muerte del ciclista, se sigue recordando en sus fronteras. Y no fue para menos.

Ese 10 de junio se iba a correr la que era la última etapa de alta montaña de la 32 edición del Giro d´Italia. Al comenzar la jornada, Adolfo Leoni partía vestido con la maglia rossa de líder de la general de la carrera. En esa etapa se iban a afrontar nada menos que los puertos de la Madeleine, de Vars, el Izoard, Montgenevre y Sestriere disputándose un total, nada menos, que de 254 kilómetros. Coppi iba a realizar en esa etapa una de las más míticas etapas que se conocen del ciclismo, como demuestran que ese día las radios italianas interrumpieron la programación matutina habitual que ofrecían, para dar en directo la exhibición que estaba ofreciendo su ciclista.
 
Aunque las noticias que recibían los locutores en meta no eran muy exactas, la pasión con la que narraban supo enganchar a todo un país a los transistores a lo largo de aquella mañana, que concluyó por la tarde, con la entrada de los agotados ciclistas en la línea de meta.

Corría el kilómetro 60 de la etapa, en las primeras rampas de ascensión de la Madeleine. Por delante quedaban nada menos que 192 de etapa, cuando el pelotón empezó a temblar. Algo estaba ocurriendo. Fausto Coppi, el bicampeón de la carrera estaba lanzando un durísimo ataque, sin mirar atrás. Con ese ataque no buscaba, obviamente, sólo la victoria de etapa, sino que buscaba mucho más, buscaba su tercer triunfo final. Y para ello, había decidido jugárselo al todo o nada, a un ataque lejano, suicida.
 
Nadie parece querer ir a por Coppi, salvo Bartali, que intenta salir a por él, pero parece decir con la cabeza que no puede con el ataque de su rival. Hubo varios corredores más que intentaron ir a por Coppi, pero esos no importaban. Ahora importaban ya solo Coppi y Bartali. Ni siquiera importaba el líder de la carrera, Leoni.

En la cima de ese primer puerto, la Madeleine, la ventaja de Coppi con su perseguidor era ya de unos 2 minutos, ventaja que aumentaría a 4 minutos y medio en el siguiente puerto, en Vars. Mayor era aún la distancia que les separaba a Martini, Astrua y Biagioni del líder.
 
La narración en la radio de tal hazaña, provocó que muchos piamonteses acudieran a las rampas del Izoard y de Montgenevre, quienes comenzaron a llenar las cunetas de la carretera. En esos momentos la distancia ya era sideral, pues casi 9 minutos era la distancia que separaba a los dos grandes hombres italianos.
 
La ascensión no fue más que un pasillo de honor para Fausto, formado por los tiffosi que veían como cuando estaba a punto de alcanzar la cima del Izoard, Coppi aparecía con su figura elegante, con su pedalear inconfundible, sentado sobre el sillín y los codos en forma de ángulo recto. Sólo el gesto de llevar la boca abierta, buscando oxígeno donde no lo había, era lo que le daba a los aficionados la idea del sufrimiento que estaba llevando a cabo el que a partir de ese día sería conocido como "Il Campeonissimo". Y es que ese día no peleó contra los otros ciclistas, sus rivales, sino que compitió contra las montañas mismas, y las derrotaba. Tanto que los que aquel día le vieron en el Izoard dijeron que Coppi no pedaleaba, sino que flotaba por las laderas del coloso.

Desde el Izoard hasta el final de la etapa no fue más que un aumentar la renta de Coppi con respecto a Bartali. Y con respecto a los demás corredores, que aunque ya no importaban, también estaban realizando su carrera.
 
Finalmente llegó a Pinerolo con 11 minutos y 52 segundos de ventaja con respecto a Gino Bartali. La distancia aún fue mayor con Martini, Cottur y Bresci, pues se fue nada menos que a los 19 minutos y 14 segundos. La anterior maglia rosa, Leoni, llegaba a un mundo, a 23´37´´ diciendo no solo adiós a tan preciada prenda, sino que también diría adiós al pódium final de la carrera (ese año en Monza).


La hazaña de Coppi ha sido contada por generaciones y hoy en día se revive todos los años, en la prueba cicloturista llamada la "Fausto Coppi" que sigue las huellas de la escapada del campeón italiano.
 
La frase en la lengua original que dijo Ferretti, fue la siguiente: "Un uomo solo è al comando; la sua maglia è bianco-celeste; il suo nome è Fausto Coppi".


Saludos a todos!!

lunes, 13 de febrero de 2012

Siempre del nostro cuore, Pantani

En el día de hoy, 14 de febrero, fecha tan señalada por muchos enamorados, se cumplen 8 años del aniversario de un fallecimiento de infausto recuerdo para los amantes del ciclismo. En esa fecha tan señalada moría alguien que fue ídolo, pero también fue villano. Ese hombre era Marco Pantani

Marco nació un 13 de Enero de 1970, en Cesena, en la región de Emilia-Romaña, al norte de Italia, en los montes Apeninos, a unos 15 kilómetros del Mar Adriático. Sus orígenes, como los de otros tantos grandes deportistas de la historia, fueron humildes. Nunca tuvo escasez de nada, pero tampoco vivió dentro del lujo. Siempre fue un chico más pequeño que los demás compañeros de su edad, además de ser muy delgado. Pero ni esa pequeña estatura y el peso fue algo que jamás le afectara. Lo que si que le acomplejó siempre fueron sus orejas, por las que años más tarde Armstrong le llamaría de forma despectiva como "Il Elefantino", sobrenombre que él odiaría siempre.

Se puede decir que Marco tuvo siempre un don natural para el ciclismo, desde muy joven, cuando siendo apenas un crio se atrevió a adelantar y dejar en evidencia a todos los chicos de su edad que estaban entrenando con el G.C. Fausto Coppi, mientras que el usaba la pesada bicicleta que su madre usaba para ir a trabajar. A partir de entonces, 1984, fue cuando nació una relación muy especial, con el señor Ridolfi, que fue quien le regaló su primera bicicleta de competición, y quien le intentó enseñar como aprovechar su infinito talento. No solo fue su maestro, sino que actuó como su manager, su persona de confianza y como un segundo padre. Fue alguien muy importante para él.
 
Años después, seguía siendo el mayor talento de su región, pero había llegado el momento de dar un puño en la mesa, en la prueba del Girini, aquella que confirmaba a las figuras del ciclismo transalpino. Y no decepcionó. En 1990 fue tercero, subiendo un escalón al año siguiente, y otro más, y por lo tanto ganando, en 1992. Esa carrera le valió que el equipo Carrera se fijara en él y decidiera firmarlo para que la temporada siguiente corriera en sus filas, junto con el ídolo del país, Claudio Chiappucci.

1993 fue el año de asentamiento en el profesionalismo, dando alguna pincelada de su calidad, pero su explosión fue al año siguiente, en 1994, primero en el Giro de Italia, que finalizó en segunda posición, y en el mes de julio de ese mismo año, en el Tour de Francia, que concluyó tercero y siendo el mejor joven.
 
El año siguiente, el 95, fue un año de luces y sombras. Tuvo actuaciones dignas en Giro y Tour, aunque no al nivel del año anterior, y finaliza tercero el Campeonato del Mundo de Colombia, el más duro de cuantos se recuerda. Pero sufre el accidente más grave de su carrera un 18 de Octubre. Es atropellado junto a otros dos ciclistas por un coche y tiene que sufrir una dura operación, y un largo post-operatorio. Se pensaba que podría estar listo para el Giro del año siguiente, pero no fue así. Su recuperación se estaba alargando.

Volvió a la bici en agosto de 1996, y volvió a su máximo expresión en el Tour del 97, acabando la carrera en tercera posición y ganando dos etapas. Estaba preparando el que sería su gran año, el 1998. En ese año consiguió el último doblete Giro - Tour que ha tenido lugar hasta el día de hoy, ganando ambas clasificaciones generales, realizando en la carrera francesa una de las etapas míticas de la historia, la de Les Deux Alpes, donde un Jan Ullrich impotente vio como se le escapaba el amarillo de su espalda sin ningún tipo de remedio ante el empuje del fantástico escalador italiano.

Pero llegó 1999, y con ese año, el que fue el gran golpe a su carrera. A tan solo una etapa para el final del Giro d´Italia, un 5 de junio, es expulsado de la carrera por dar positivo por tener el hematocrito alto. Había vencido en esa etapa, Madonna di Campiglio, y en otras tres etapas más. Estaba siendo el dueño y señor de la carrera, aventajando al segundo, Gotti, en más de 5 minutos. Esa expulsión significó el principio del fin de Marco. La polémica empieza a ser su compañero inseparable de viaje desde entonces. Renuncia a participar en el Tour al encontrarse en un estado depresivo, y lo hace en una rueda de prensa en la que no faltó la polémica. También renunció a participar en la Vuelta de ese año. Desde ese momento fue compañero inseparable de la noche, algo que ya conocía de antes, pero a partir de ese momento fue una constante, y con la noche, los excesos que suelen acompañar en una persona joven, confundida, en estado semi depresivo y con mucho dinero e ídolo de medio país.

Al año siguiente, en 2000 si que vuelve a participar en el Tour, pero muy lejos de ser el Pantani de anteriores participaciones. Posteriormente su ultima aparición fue en un Giro de Italia, el de 2003. Su actuación, de nuevo, lejos de su nivel. El último gran palo a su vida, fue la no admisión por parte del Tour en la edición de ese año. Meses después es ingresado en una clínica de tratamiento de depresiones, en Padua.
 
Le había abandonado casi toda su gente, no así algún compañero y algún amigo de la infancia, pero no era suficiente. Marco se estaba destruyendo a sí mismo, y ni podía ni quería evitarlo. Era una causa perdida. Ya no podría volver a ser un deportista profesional, pero es que en ese momento, quizás ya no era ni persona. Los mismos que le habían levantado en 1998, se habían encargado de destruirlo desde Madonna di Campiglio. Sus compañías habían sido muy perjudiciales para él, pero no solo habían jugado los medios con el positivo de Madonna, sino que también habían rebuscado en su pasado, y le habían arruinado, con un supuesto positivo el día en que le atropelló un coche y le rompió la pierna, en 1995.

Fue entonces cuando se produjo un extraño viaje a Cuba, antes de la Navidad de 2003. A ese viaje se marchó sin informar a nadie, y acompañado por un medico cuya identidad a día de hoy aun se desconoce. Allí el propio Maradona hizo de anfitrión. Esa experiencia debió de ser positiva, puesto que volvió antes de final de año de nuevo a La Habana, y tras una serie de escándalos (drogas de por medio), la justicia le dio una especie de expulsión diplomática.

En esas semanas se produjo la ruptura familiar, puesto que su padre intentaba evitar que tuviese acceso a sus bienes económicos. Engordó casi 30 kilos en muy poco tiempo. Pero todo eso no evitó que sustrajera de la cuenta corriente unos 200.000 euros destinados a cocaína, seguramente junto a la que apareció su cuerpo el 14 de Febrero.

Llegó el 9 de Febrero y un viaje, casi sin equipaje, a Rimini, un lugar con playas y paisajes propios para el estado depresivo que padecía. Allí se aloja en un hotel, dormía en el sofá y no tenía ni móvil. Amigos suyos que le visitaron, decían que alternaba momentos de lucidez con otros de total ausencia.
 
En esos últimos días llega a preguntar a una camarera que si tiene miedo de él, que si le considera un tipo extraño. Mientras los padres, que se encontraban en Grecia, solo consiguen ser atendidos por la máquina que dice que el abonado está fuera de cobertura, al intentar llamar a su hijo al móvil.

En su última noche, Marco tiene bastante hambre, y consigue que el dueño del hotel llame al restaurante de Oliver Laghi, apasionado del ciclismo, y quien personalmente le lleva la cena. Esa última cena, a la que fue invitado, era una tortilla de setas, una ensalada y una coca cola.

Y llegó ese fatídico 14 de Febrero de 2004. Marco ya se había fabricado su coctel de antidepresivos, y rodeado de polvo blanco, tumbado en el sofá. La última persona que le escuchó con vida, fue el recepcionista, y sus últimas palabras antes de atrincherarse fueron "Por favor, no quiero que nadie me moleste, ni que nadie venga a arreglar la habitación".
 
Efectivamente, no quería ser molestado a la espera de la muerte, puesto que movió los muebles más contundentes de la habitación y los colocó en la puerta.

Lamentablemente, a la temprana edad de 34 años, a media tarde de aquel San Valentín de 2004, su llama se apagó...
 
Y, es que, a veces, también hay que detenerse en las personas, en lo que hay detrás de lo que vemos, que habitualmente no es más que una simple fachada de lo que los periodistas quieren construir o nosotros queremos ver.




saludos a todos!!

miércoles, 8 de febrero de 2012

Guimard, el director anónimo

El mundo del deporte, y más concreto el mundo del ciclismo, es un mundo en el que conviven multitud de personas, profesionales, que tienen un nombre muy conocido y tienen un gran reconocimiento, y hay un número mucho mayor aún de gente anónima, de todas aquellas personas de quienes se diría su nombre, y nadie, o casi nadie sería capaz de recordar, una gente que vive permanentemente en el anonimato, gente que del anonimato hacen su trabajo diario.

Dentro de ese segundo grupo de profesionales, de los anónimos, se encontraría Cyrille Guimard. Al nombrarle, muy pocos sabrían decir quien es, o que importancia tiene él dentro del mundo de la bicicleta. Pero se puede afirmar, sin lugar a dudas, que el ciclismo sin él habría sido muy diferente. Para muestra, solo Johan Bryneel ha ganado más Tours de Francia que él, quien está, a su vez, igualado en palmarés con el dueto Echávarri-Unzué.

Nació en el año 1947 y a los 21 años ya había llegado al mundo del ciclismo, como corredor. Previamente había sido ajustador en los astilleros de Saint Nazarine, algo que forjó su férreo carácter. Fue corredor durante 9 temporadas, solamente, pero aún así adornó su palmares con nada menos que 94 victorias, destacando las 7 victorias de etapa que obtuvo en el Tour de Francia o las dos de la Vuelta a España, a lo que hay que sumar la clasificación combinada y de los puntos de la Vuelta del 71. Aun a pesar de que su palmarés tenía cierta consistencia por sus triunfos, se cansó de darle a los pedales a los 29 años. Acto seguido decidió que su lugar estaba en ese mundo, sí, pero en la dirección. Se dice de él que tenía un carácter bastante fuerte, algo que le llevó a tener enfrentamientos con compañeros, cuando era corredor, o con sus propios corredores, cuando fue director.
 
Debutó en la misma temporada de su retirada, la del 76 como director de un equipo, el Gitane-Campagnolo, el cual era el heredero de una escuadra mítica, la del Sonolor-Lejeune. Ese equipo había estado dirigido por un mito de la dirección, otra persona que a día de hoy nadie reconocería, Jean Stablinski, pero quien fue descubridor de los dos mayores talentos nacidos en la década de los 70, Van Impe y Bernard Hinault.

En esa su primera temporada como director, la de 1976, tuvo la fortuna de que su pupilo, Van Impe, fuese el ganador de la carrera. Pero en ella ya tuvo su primer enfrentamiento conocido con su discípulo, y es que durante la carrera llegó a amenazar al belga con lanzarlo a la cuneta desde el coche, puesto que este no se había atrevido a atacar al corredor que en aquel momento portaba el maillot amarillo, al holandés Joop Zoetemelk.
 
Sin embargo el belga acabaría diciendo de él que era uno de los mejores directores que había tenido en su carrera, y que sin su ayuda probablemente no habría podido vencer en ese Tour de Francia, puesto que era el mejor que había para motivar a un corredor.

Guimard había llegado y había besado el santo. Tenía 30 y en una temporada como director de un equipo, ya había ganado su primer Tour de Francia. Pero su fortuna no se iba a acabar ahí. Aún le esperaba mucho más.
 
En 1978 Renault compraba la fábrica de su equipo, por lo que entonces el equipo pasaba a tener como patrocinador principal a Renault. Y este equipo viviría, junto con el ciclismo francés, una auténtica época dorada, ya que desde ese 1978 hasta 1984, el Tour se les escapó solo en el año 80. Es decir, de 7 posibles títulos, había conseguido 6. Y el séptimo se les escapó por una lesión de Hinault (tendinitis) cuando marchaba líder de la carrera. Y el dominio de su equipo no solo se limitaba al Tour, sino que también triunfaba en la Vuelta a España (Hinault), en el Giro de Italia (Hinault de nuevo) o en los Mundiales (Hinault y Lemond).
 
Vivía Guimard en la cresta de la ola. Todo corredor que tocaba se convertía en oro, bien fuese Van Impe, allá por su primera participación como director, o bien fuesen Hinault o Fignon. Pero es que además era un descubridor nato de talentos, puesto que a su palmarés de éxitos había que sumar que él pasó al profesionalismo a gente de la talla de Charly Mottet o especialmente a Lemond y Fignon.

Cuando ese ciclo dorado estaba llegando a su fin, cosa que tanto Guimard como Renault ignoraban, hubo un grave enfrentamiento entre Hinault y el director. Renault no tardó mucho en decantarse por un bando, ya que por un lado estaba el ídolo del país, Hinault, pero era un ídolo que comenzaba a verse ya como decaía en su rendimiento. Por el otro lado del enfrentamiento se encontraba Guimard, junto con sus jóvenes promesas, mencionando especialmente a Fignon. Finalmente Hinault abandonó la estructura dirigida por Guimard, y a pesar de estar entrando en decadencia, aún fue capaz de volver a levantar los brazos en París en 1985 como triunfador de la carrera, y al año siguiente el ser segundo final de la carrera.
 
A finales de 1985 Renault decidió retirar su patrocinio del ciclismo y Guimard se asoció con Fignon, corriendo ambos juntos, primero en el Systeme U, y hasta el año 1995 en el Castorama. Los éxitos no les sonrieron como años atrás, pero aún así Fignon consiguió una victoria en el Giro de Italia (1989) y pisó los pódiums de la Vuelta y del Tour, carrera esta última que no venció por la irrisoria diferencia de 8 segundos con respecto a Lemond.

Su declive completo como director sucedió a partir del año 1997, ocupando la dirección del recién creado Cofidis. Se le acusó de llevar una contabilidad ficticia, de malversar fondos, de bancarrota y varias lindezas más, circunstancias que hicieron que se perdiera para siempre el rostro de Guimard en la primera línea del ciclismo francés.
 
Aún así, su amor por este deporte le hizo volver hace ya 5 años, a un equipo continental, el Roubaix-Lille Métropole, donde tiene que jugar con un presupuesto muy ajustado para poder seguir perviviendo año tras año. Eso sí, a pesar del escaso presupuesto con el que cuenta, el ojo lo sigue manteniendo. De ese equipo ya pasó al profesionalismo Hutarovich (vencedor en una etapa de la Vuelta 2010) y sobre todo fue el primero que detectó el talento de Andy Schleck y a quien mimó hasta que Riis, en una dudosa maniobra, como toda su carrera, se lo arrebató para llevárselo al CSC. Sin duda fue un gesto que sentó bastante mal a Guimard, ya que era su nueva perla.
 
Como legado suyo, aparte de los 7 tours en los que ha resultado victorioso nos ha quedado que en el aspecto deportivo fue el primer director que habló de periodos o picos de forma con las temporadas de los ciclistas. Concretamente hablaba de dos picos de forma a lo largo de una temporada, y no como realizaban algunos corredores como Kelly o Stephen Roche, quienes estaban a tope de rendimiento prácticamente toda la temporada.


Saludos a todos!!