sábado, 2 de septiembre de 2023

Fernando Sanz, un Borbón bastardo con medalla olímpica


Archivo:Fernand Sanz, deuxième du Grand Prix de Paris amateurs en 1902.jpgEn mayo de 1900 iban a dar comienzo los segundos Juegos Olímpicos de la era moderna, los que se iban a celebrar en París, y cuya celebración se iba a prolongar hasta el mes de octubre, en el marco de la Exposición Universal que se celebró en la misma localidad a lo largo de ese 1900.

A estas segundas olimpiadas de la historia moderna España no envió una delegación como tal, ya que ni siquiera existía un Comité Olímpico, lo que no impidió que varios deportistas del país acudiesen a Francia. Entre los representantes españoles se iban a encontrar el pelotari vasco José de Amezola y el madrileño Francisco Villota, quienes fueron los que iniciaron el medallero olímpico español con su oro en cesta punta por parejas (la única pareja rival, los vasco-franceses Durquetty y Etchegaray, se retiraron antes de disputar el partido, logrando consiguientemente el oro los españoles). También fueron partícipes en los Juegos Mauricio Álvarez de las Asturias (duque de Gor y primer olímpico español), Luis Antonio Santiago de Cuadra (marqués de Guadalmina), Juan Camps, José Fórmica, Ricardo Margarit, Antonio Vela y Orestes Quintana.

Estos 9 hombres fueron, oficialmente, los representantes de España en los Juegos. Sin embargo,y debido a que la organización fue bastante caótica, se puede dar el hecho que España constase con un mayor número de representantes durante esos meses de 1900. De entre esos posibles españoles que compitieron en París hay un hombre que destaca por encima del resto. No por sus hazañas, puesto que los hubo mejores que él, sino por sus orígenes.

Fernando Sanz, hijo de rey
De entre los 997 participantes oficiales de los Juegos Olímpicos de París, destacamos la historia de un supuesto representante español que compitió bajo bandera y nombre francés, Fernand Sanz -con lo que España jamás podrá reclamar su medalla como española y no francesa-, pero especialistas, como la publicación Memoire du Ciclisme, identifica a este Fernand Sanz como Fernando Sanz y Martínez de Arizala, y es aquí donde comienza la controversia por sus orígenes.

Fernando Sanz era hijo ilegítimo del monarca Alfonso XII y de la cantante de ópera castellonense Elena Sanz.
El citado Fernando Sanz había nacido en Madrid el 28 de febrero de 1881, siendo hijo de una bellísima cantante de ópera castellonense, Elena Sanz (Elena Armanda Nicolasa Sanz y Martínez de Arizala). Hasta ahí nada anómalo, ya que nada impedía a una cantante convertirse en madre. Lo peculiar de la historia lo vamos a encontrar en el padre de la criatura. De hecho, padre de las criaturas, puesto que Fernando iba a ser el menor de los dos hijos de Elena y este personaje.

Y es que el padre de Fernando no iba a ser otro que el joven monarca español, Alfonso XII, quien tras la muerte de su primera esposa, María de las Mercedes de Orleans, se enamoró perdidamente de la señalada cantante, convirtiéndola en su pareja, e incluso llegó a retirarla de los escenarios y la asignó una pensión vitalicia. Pero por sus orígenes, no era de sangre azul, no podría ser nunca más que la querida del monarca. La segunda esposa del monarca sería María Cristina de Habsburgo-Lorena.
 
A pesar de la imposibilidad del matrimonio, fruto de esta relación entre Alfonso y Elena iba a nacer en 1880 Alfonso. Aunque iba a nacer poco después de las segundas nupcias del monarca español, Alfonso -al igual que su futuro hermano Fernando- jamás iba a ser reconocido oficialmente como hijo de Alfonso, por lo que jamás recaerían en él los derechos dinásticos (Alfonso XIII no nace hasta 1886, ya con su padre fallecido). Al año siguiente nacería un segundo hijo de esta relación entre Alfonso y Elena, el ya mencionado deportista olímpico Fernando Sanz.

Alfonso y Fernando jamás serían reconocidos como hijos de Alfonso XII, y de hecho, tras el fallecimiento del monarca en 1885, la reina regente consiguió el exilio en Francia tanto de Elena como de los dos jóvenes vástagos del monarca, jugosa pensión mediante. En Francia moriría la artista en 1898. Tras su fallecimiento Alfonso Sanz regresó un tiempo a España, aunque acabó trasladándose finalmente a México. Por su parte Fernando se quedó en París, donde en sus años de juventud se convirtió en un deportista de cierto éxito sobre las dos ruedas. No en la carretera, que eso era muy sacrificado para la mentalidad aristocrática, sino en el velódromo, en donde consiguió algún que otro éxito.
 
Primera medalla olímpica en el ciclismo español
Los mayores éxitos de Fernando Sanz tuvieron lugar en el velódromo de Vincennes (hoy Velódromo Jacques Anquetil), en donde se iban a disputar las pruebas de distancia sprint de los Juegos Olímpicos (2.000 metros en aquella edición). En primera ronda iba a finalizar en segundo lugar. De ahí iba a llegar a las rondas eliminatorias, en donde superaría con bastante solvencia los cuartos de final y las semifinales. En la final iba a competir contra Georges Taillandier, quien ya le había derrotado en un mitin de velocidad en París celebrado meses antes. Y nuevamente Taillandier iba a derrotarle claramente. Alfonso, pues, iba a conseguir la medalla de plata, la primera de un deportista español (aunque compitiese bajo bandera francesa). Además, a día de hoy sigue siendo el único Borbón que se ha convertido en medallista olímpico, aunque no ha sido el único participante, ya que, por ejemplo, Juan Carlos de Borbón participó en la prueba de vela en las olimpiadas de Munich 1972. El bronce en esta prueba del 2.000 sprint, por cierto, sería para el estadounidense John Henry Lake.
 
Fernando abandonó el ciclismo en pista y se pasó al boxeo, en donde llegó a proclamarse campeón de Francia dos años consecutivos.

Después de ese éxito en París, Fernando continuó compitiendo de forma esporádica, ya que su vida en la alta sociedad resultaba agotadora. Poco a poco la bici fue perdiendo interés para él. Probó suerte en el boxeo, logrando proclamarse campeón de Francia de “boxeo inglés” en los años 1903 y 1904. Después de eso se le perdió la pista para el mundo del deporte. Fernando Sanz murió antes de haber cumplido los 44 años, en enero de 1925, en Pau. Jamás se casó, y siempre tuvo fama de bohemio. Nunca llegó a trabajar, y repartía sus tiempos entre el deporte, la poesía y la música.
 
Saludos a todos!!

miércoles, 12 de abril de 2017

Tom Boonen, el rey de Flandes

El pasado domingo 9 de abril de 2017 ponía fin a su carrera deportiva una leyenda de la bicicleta, quizás la última leyenda de este deporte que quedaba aún en activo. Esa leyenda es el belga Tom Boonen, quien se iba a despedir en "su carrera", la París-Roubaix, con un 13º puesto que sabe a poco analizando su trayectoria deportiva.

Debut y primeros años

En la temporada 2002 un prometedor ciclista belga nacido en la región flamenca de Mol iba a pasar a profesionales en el seno del conjunto US Postal que todos los meses de julio lideraba Lance Armstrong en el Tour de Francia. Y desde un primer momento el joven belga iba a confirmar las excelentes maneras que había apuntado en el campo amateur.

El 14 de abril de ese año, en la edición número 100 de la París-Roubaix, Tom Boonen iba a presentar sus credenciales ante el gran público. En una de las ediciones con peor climatología de los últimos años, Tommecke se iba a clasificar 3º en el velódromo de Roubaix, tras el flamante vencedor, el belga Johan Museeuw -con un ataque a 40 kilómetros de la meta- y el alemán Steffen Wesemann.

El horizonte que se le presentaba era brillante, pero para poder confirmarlo se dio cuenta que debía abandonar el seno del conjunto estadounidense en donde seguramente orientarían su carrera a ayudar en el Tour, en vez de triunfar en primavera. Tenía contrato en vigor, pero aún así iba a conseguir marcharse del equipo de Bruyneel y enrolarse en las filas de un equipo que le venía como anillo al dedo, el equipo herencia del mítico Mapei, el Quick Step - Davitamon, en el que compartiría filas con el ídolo belga del momento, Johan Museew. En el conjunto belga iba a estar bajo la dirección de Patrick Lefevere, su director hasta su retirada el pasado domingo.

En Quick Step no entraría con buen pie, ya que problemas en la rodilla le iba a provocar pasar prácticamente inédito la temporada 2003. Sería en la temporada siguiente, la de 2004, en donde se consagraría con triunfos tan importantes como el E3-Prijs Harelbeke y la Gante-Wevelgem, y cerca de una veintena más de puntos. A finales de esa temporada Johan Museew iba a poner punto y final a su exitosa carrera, dejando un trono vacío al que muchos aspiraban, pero que por condiciones, sólo un joven de 24 años iba a poder ocupar.

2005, el año de la confirmación 

En Bélgica el ciclismo es el deporte con más adeptos, y las pruebas de primavera son su religión. Allí los niños no sueñan con ser Pelé o Maradona, ni si quiera Pfaft o Scifo, sino que sueñan con encabezar el pelotón al paso por el Koppenberg, el Paterberg o llegar en solitario al velódromo de Roubaix. Es decir, sueñan con rememorar a los Merckx, De Vlaeminck, Van Steenbergen o Rik Van Looy. Tom Boonen, quien de pequeño aspiraba a lo mismo que todos esos jóvenes belgas que montan en bicicleta, iba a ser la gran esperanza del ciclismo belga para esa temporada.

En el E3 Prijs Vlaanderen iba a confirmar las esperanzas en él depositadas, consiguiendo la segunda victoria consecutiva en la prueba. Era el preludio de una temporada de ensueño, en una hazaña no repetida por nadie desde la época de Eddy Merckx, que iba a incluir el doblete Flandes-Roubaix, más el campeonato del mundo.

El primero de esos éxitos iba a darse el 3 de abril, en la Vuelta a Flandes, frente a rivales de la talla de Hincapie, Ballan, Van Petegem o Devolder. La carrera no se decidiría hasta las últimas cotas, en donde Klier, Van Petegen, Ballan, Zabel, Petito y el propio Boonen formarían el grupo cabecero. Se preveía un triunfo decidido al sprint, en donde hombres como Zabel, Boonen o Ballan tenían muchas papeletas de hacerse con el triunfo. Sin embargo, a poco más de 8 kilómetros a meta el belga iba a lanzar un durísimo ataque al que nadie iba a poder responder. Ese ataque definitivo le iba a permitir llegar en solitario a la meta de Meerbeke casi seis horas y media después de haber tomado la salida en Brujas.

Era el primer monumento en el palmarés de Tommecke, que rápidamente vendría acompañado de un segundo monumento, pues apenas una semana después se disputaba la Paris-Roubaix- El infierno del norte- en donde ya acumulaba dos actuaciones en el top-10.

Aquel segundo domingo del mes de abril la carrera se iba a decidir en los últimos kilómetros de la prueba, una vez pasado ya el sector de Camhin en Pévèle. Sería en el Carrefour de l´Arbre cuando el corredor español del Fassa Bortolo Juan Antonio Flecha lanzase un durísimo ataque al que sólo podrían responder el norteamericano Hincapié y Boonen. Los tres juntos afrontarían los últimos kilómetros en armonía y llegarían al velódromo de Roubaix a jugarse el triunfo. Sería al comienzo de la última curva, aprovechándose del peralte de la misma, cuando Boonen se lanzase por el interior, consiguiendo una ventaja suficiente para hacerse con su primer triunfo en el infierno del Norte.
“No soy Dios, no soy el nuevo Eddy Merckx, no soy el nuevo Museeuw. Por favor, dejadme ser yo mismo”

Aunque con ese palmarés muchos otros corredores habrían dado el año por concluido, Tom no se dejó llevar y siguió compitiendo hasta finales de septiembre. Consiguió varios triunfos de etapa en el Tour, además de lucir el maillot verde y el amarillo. El colofón a su espectacular temporada llegó el 25 de septiembre -el mismo día que Fernando Alonso conseguía su primer título mundial de Fórmula 1- en el Campeonato del Mundo celebrado en Madrid. Aquel día, liderando a Bélgica, Boonen vencería en un espectacular sprint a Alejandro Valverde, quien ese día lograría la primera de sus múltiples medallas mundialistas. Era la eclosión de un ciclista, del mejor clasicómano del Siglo XXI.

La rivalidad Boonen-Cancellara

La nueva temporada iba a deparar un duelo entre dos corredores que se iba a prolongar durante casi una década -ya desde 2004 ambos acumulaban puestos de honor en las clásicas-, un duelo que todo aficionado al ciclismo iba a esperar primavera tras primavera. El duelo que iba a enfrentar al belga con un suizo con el que ya había coincidido en las categorías inferiores, Fabian Cancellara, quien incluso había conseguido derrotar a Armstrong en un prólogo del Tour.

En Flandes Boonen se iba a hacer con su segundo triunfo consecutivo, consiguiendo de esta forma su tercer monumento, mientras que Cancellara ese día sería sexto. Sería en Roubaix donde el triunfador iba a ser el corredor suizo, en un ataque desde muy lejos de meta que iba a sorprender a sus rivales. Aquel día Boonen cruzó la meta en quinto lugar, pero la descalificación de Leif Hoste, Van Petegem y Gusev -cruzaron una vía del tren con las barreras bajadas, mientras que el resto del pelotón esperó- le alzó al segundo lugar final.

En 2007 el duelo entre ambos iba a tener lugar tan sólo en una prueba "menor" el E3 Prijs Vlaanderen Harelbeke, ya que tanto en Flandes (12º Boonen y 53º Cancellara) como en Roubaix (6º y 19º respectivamente) no tuvieron sus mejores actuaciones. En Harelbeke se vio una lucha maravillosa, resumida en un último kilómetro sensacional. En dicho kilómetro atacaron Quinziato y Marcus Burghardt como antesala a un brutal cambio de ritmo de Cancellara. Hubiera sido un ataque definitivo ante cualquier otro rival, pero enfrente se encontraba Boonen, quien demostró su punta de velocidad y se hizo con su cuarto triunfo consecutivo en la prueba.

En 2008 el duelo belga-suizo se iba a dar en la París-Roubaix, toda vez que en Flandes no se disputaron el triunfo final (17º y 23º). En Roubaix se hizo una gran selección de la carrera entre tramos de pavé, próximos a Mons-en-Pévèle, cuando Cancellara lanzó un fuerte ataque, al que sólo pudieron responder Ballan y Boonen. Los tres se jugarían el triunfo en el velódromo. Allí un sensacional Tommecke derrotó al suizo, segundo, y al italiano, tercero. Segunda vez que Boonen derrotaba a Cancellara en un mano a mano.

2009 no iba a deparar el tan esperado duelo entre los dos grandes especialistas en las clásicas de primavera del momento, pues el corredor suizo del Saxo Bank rindió por debajo de lo esperado en ese calendario. El belga, por su parte, aunque no iba a poder pelear el triunfo en Flandes, sí que se iba a hacer con su tercer triunfo en Roubaix, a cuyo velódromo llegó como los más grandes, en solitario, con tiempo para celebrar un triunfo que le colocaba en el selecto club de los triple vencedores del adoquín. Ya sólo le quedaba De Vlaeminck por delante.

En el 2010 se iba a vivir la gran explosión de Cancellara, quien aunque ya había conseguido un monumento, siempre había sido derrotado en el mano a mano con Boonen. Espartaco iba a vivir unas semanas de escándalo. En primer lugar se iba a hacer con el triunfo en Harelbeke, por delante de Boonen y Flecha -un trío clásico en los pódiums de aquellos años-. Una semana después tendría lugar la Ronde van Vlaanderen. Sería a menos de 20 kilómetros a meta, al paso de los dos primeros clasificados por el muro del Kapelmuur, en donde se viviría uno de los momentos que serán recordados durante décadas. A los pies de la Capilla Espartaco iba a exhibir su descomunal potencia, dejando clavado a su gran rival mientras él completaba la ascensión sentado sobre su bicicleta y entrando en la historia de la prueba. En Roubaix Cancellara simplemente iba a completar su obra, llegando al velódromo con más de dos minutos de ventaja sobre el segundo y tercer clasificado. Boonen fue quinto aquel día.

Después de lo visto en 2010 se esperaba que el duelo alcanzase cotas no vistas antes. Sin embargo el enfrentamiento fue algo descafeinado, ya que no hubo duelo ni en la Gante-Wevelgem ni en la E3, donde cada corredor se perdió una de las dos pruebas, resultando vencedor el otro, respectivamente. Ambos corredores se encontrarían en Flandes, pero serían superados por Nuyens y Chavanel, siendo el suizo quien completaría el pódium de la prueba. En Roubaix Boonen sufriría un abandono, víctima de dos caídas y de un fallo mecánico. Cancellara sería segundo en la prueba.

Un 2012 glorioso y sus últimos años

El tan ansiado duelo Boonen-Cancellara, por diversas circunstancias, no iba a volver a tener lugar en la disputa de los grandes triunfos. En 2012 Boonen viviría su mejor año desde 2005, consiguiendo vencer en un sinfín de pruebas. En primavera se iba a hacer con la victoria en todas las clásicas (Gante-Wevelgem y E3 Harelbeke, Tour de Flandes, París-Roubaix). En una Vuelta a Flandes descafeinada -no se ascendía el Kapelmuur- Boonen iba a conseguir su tercer y último triunfo, pero lo iba a conseguir contando con la baja de su gran rival, víctima de una caída en un avituallamiento en el que sufrió una fractura de clavícula. Tommecke se encontraba en gran forma, como iba a demostrar a la semana siguiente en Roubaix, con un ataque victorioso a falta de 57 kilómetros de meta. Turgot y Ballan le secundarían en el pódium, eso sí, a más de un minuto y medio de distancia. Era su cuarta victoria en Roubaix, lo que le colocaba empatado con De Vlaeminck como el hombre más laureado de la prueba.

En los siguientes años Boonen no podría ampliar su palmarés  en las clásicas, debido a que en Flandes 2013 sufrió una caída que le obligó a perderse también la edición de Roubaix de esa temporada. En ambas pruebas el vencedor resultaría ser Cancellara, devolviendo el doblete del año anterior a Boonen.

En 2014 el corredor belga sí que se encontraría en los puestos de honor de la prueba, haciendo un top-10 en ambas, aunque quedándose lejos de pelear el triunfo. En Flandes (7º) el vencedor fue Cancellara, quien con ese tercer triunfo igualaba en el palmarés a su rival. En Roubaix, aunque fue 10º, no fue la principal baza de su equipo para el triunfo final. Por fortuna para el Quick Step, la baza elegida, Niki Terpstra, fue la que resultaría vencedora de la prueba. En aquel 2014 fue el último donde los dos históricos rivales iban a conseguir subir al primer cajón del pódium. Desde entonces volverían a ocupar puestos de honor en ambas pruebas, pero jamás a lo más alto.

2015 sería un año aciago para Tom, puesto que una caída en la París-Niza le iba a dejar inédito en el calendario en el que mejor rendía, el de primavera. Un hombro dislocado tendría la culpa. 

La temporada 2016 no se presagiaba mucho mejor que la anterior, ya que un discreto rendimiento (ningún top-10) en todas las pruebas anteriores a Roubaix le hacían presagiar un mal resultado. Sin embargo el 10 de abril Boonen se iba a transformar, se iba a mostrar muy agresivo y tan sólo un excepcional Matthew Hayman le iba a superar en el sprint final. Ex campeones como Hinault iban a alabar la actitud del belga.

A lo largo de ese verano, Tommecke anunció que había firmado un contrato con su equipo que se iba a prolongar hasta el pasado 9 de abril de 2017, hasta que cruzase la meta del velódromo de Roubaix. Y su aspiración era hacerlo desde lo más alto, convirtiéndose con ello además en el único ciclista en lograr cinco victorias en la prueba. Sin embargo los buenos deseos de la leyenda no se iban a convertir en realidad. Problemas mecánicos y no ser la primera baza de su equipo -lo era Stybar- para esos últimos y decisivos kilómetros, le iba a suponer no poder optar a convertirse en el corredor más laureado de la prueba. Fue 13º finalmente. La semana anterior, en Flandes, en su casa, tampoco tuvo la fortuna de su lado (37º). Sin embargo se demostró en la que era su despedida el tremendo cariño que le tiene el público y sus propios compañeros, dándose un auténtico baño de masas en la presentación de la prueba.

El pasado domingo se despidió Tom Boonen del ciclismo profesional. No lo hizo como él había soñado, con su quinto adoquín, pero lo hizo llevándose consigo todo el cariño del público y de los compañeros de profesión, que le demostraron su respeto en la presentación de las pruebas. Su legado, entre otras muchas pruebas: 4 París-Roubaix, 3 De Ronde van Vlaanderen, 5 E3 Harelbeke, 3 Gante-Wevelgen, 2 campeonatos de Bélgica o un campeonato mundial.

Se retira el corredor, ¡¡comienza la leyenda!!


Saludos a todos!!

viernes, 1 de enero de 2016

Roubaix 1919. El infierno del Norte

La Gran Guerra había supuesto un punto y aparte para la carrera surgida de la mente de Théodore Vienne y Mauricio Pérez, dos empresarios del sector textil de Roubaix. Gracias a ellos nacería una prueba que había sido ideada como la antesala perfecta de una competición inhumana que se disputó durante casi un siglo, la París-Burdeos. Esta nueva prueba, aunque nacida con unas ciertas dudas iniciales, propias de la época, iba a tener continuidad de manera consecutiva nada menos que durante diecinueve ediciones -hecho casi inédito en aquellos difíciles años-, consolidándose de esta forma en la competición.

Pero a pesar del éxito de esta nueva competición y del entusiasmo que generaba tanto entre los corredores como entre los aficionados, la gran contienda europea iba a paralizar por completo todas las actividades del continente a lo largo de cuatro largos años. De entre las actividades que se iban a paralizar, por supuesto, el mundo del deporte no iba a permanecer ajeno a ello, afectando este parón al ciclismo.

En esos cuatro años de conflicto bélico el ciclismo no solo perdió cuatro ediciones de sus mejores pruebas, las cuales podían haber sido legendarias, con los grandes corredores de esa época peleándose codo con codo por ser el mejor, sino que además perdería a varios de esos grandes hombres. La guerra iba a arrancar sus vidas a alguno de los vencedores de la prueba, como iba a ser el caso de Octave Lapize -triple vencedor en Roubaix- y François Faber, que se habían alzado con el triunfo en cuatro de las últimas seis ediciones. 

El resurgir de la prueba

En marzo de 1919 habían transcurrido ya varios meses desde el final de la contienda, pero aún en ese momento, la Gran Guerra todavía seguía atormentando las mentes de todos y de todo lo que se había visto involucrado en ella. A pesar de haber concluido ya, el conflicto había minado la moral de la población y desde las altas instancias no se encuentra la forma de levantar esa moral a corto plazo, pues todo a su alrededor ha sido destruido, caminos, campos, sus propias casas, etc... todo, y nada puede ser reconstruido en un breve espacio de tiempo. No hay nada que pueda ayudar a levantarse al pueblo. ¿O tal vez sí?
 
La solución no podía darse de otra forma que a través del deporte, y más concretamente a través del que quizás fuera el más popular del momento, el ciclismo. Por ello y tras unas arduas negociaciones, se iba a acordar volver a celebrar la prueba que conducía a los corredores desde París hasta Roubaix. Entre ambas localidades, 280 kilómetros de carreteras y caminos llenos de baches, cráteres dejados por las bombas, surcos, y por supuesto zanjas manchadas de sangre. Alrededor de esos caminos, una vegetación que se iba a mostrar ausente en muchos de los puntos de la competición, dejando con ello un testimonio no escrito de la dureza y la violencia de los combates que se habían vivido en aquellos lugares en los años anteriores. El paisaje parecía desolador, propio para héroes, o para locos. O quizás para personas que aunasen una mezcla de locura y heroicidad.

La carrera

Una vez concluidas esas negociaciones, se decidiría que finalmente en la mañana del 20 de abril de 1919 volviera a disputarse una de las pruebas más antiguas del calendario. De antemano se sabía que habría numerosas bajas, pero aún así, iban a intentar atraer a los mejores corredores. Las bajas más reseñables con que iba a contar la prueba, iban a ser sin duda las ya citadas de Lapize o Faber, fallecidos en la contienda. Pero no iban a ser los únicos ausentes, ya que tampoco iba a tener poder presentarse a la línea de salida Crupelandt, que había sido detenido por hurto el año anterior, siendo condenado a dos años de prisión y sancionado posteriormente de por vida por la Unión Velocípeda Francesa, seguramente influenciada por los grandes rivales del corredor nacido en Wattreloss.
 
A pesar de todas las dificultades, serían poco más de un centenar de valientes los que se atreviesen a tomar la salida en aquella fría mañana de domingo, en un reto no solo físico, sino también psicológico, tal como se había encargado de señalar el corresponsal de L´Auto en la víspera de la prueba.
 
Aunque la mañana de ese 20 de abril amanecía con un calor tibio propio de la primera, alrededor del mediodía las condiciones climatológicas iban a variar ostensiblemente y desde ese momento y hasta el final de la prueba las condiciones iban a ser un reflejo de la atmósfera general que predominaba en el Viejo Continente durante aquellos meses. La lluvia, el viento y el frío no iban a mostrar sensación alguna de complacencia hacia los corredores que iban a competir aquel día. Unos valientes que no iban a poder disimular los estragos que los acontecimientos no deportivos habían causado en sus cuerpos en el pasado más reciente. Se iban a enfrentar al día más duro de sus vidas.
280 kilómetros de caminos llenos de baches, con lluvia, viento y mucho frío
En los primeros kilómetros no iba a suceder nada destacable en la prueba, con la salvedad de los numerosos pinchazos que estaban sufriendo -y seguirían sufriendo durante toda la jornada- el pelotón. Vandalismo o accidentalmente, los pinchazos sufridos por los corredores iban a ser numerosísimos, mucho más de lo habitual para la época. Sin haber sucedido nada reseñable aún, al paso de Amiens una pancarta iba a hacer detener el pensamiento y el corazón de todo aquel que pudiera leerla: "Honor a Faber, Lapice y Petit-Breton, muertos en el campo de batalla". La pancarta no hacía sino referencia a los grandes campeones del Tour que habían perecido en el conflicto bélico que avergonzaba a los civiles.

Había transcurrido un tercio de la prueba y en ella lo único destacado hasta ese momento -pancarta aparte- era la presencia de un violento viento que perjudica a los corredores en una hipotética aventura en solitario. Hasta ese momento ni rastro de lluvia, lo cual era una buena noticia, aunque no dudaría. Una vez que pasaron Béthune, los competidores iban a comenzar a mostrar sus cartas y jugarse el todo por el todo. Francis Pelissier iba a ser el primero en dar un golpe en la mesa, acelerando su marcha e imponiendo un ritmo infernal que poco a poco iba a ir cobrándose víctimas en el seno del pelotón. O lo que quedaba de él. El primero en descolgarse sería Oscar Egg, que se retrasaría como consecuencia de uno de las decenas de pinchazos que sufrieron aquel día los corredores. Mottiat, Huret, Buysse, Jacquinot y Masson serían los siguientes en ceder. El grupo había saltado por los aires, y los hermanos Pelissier -especialmente el pequeño, Francis-, habían sido los responsables de tal carnicería.

Al paso por la Bassée, que otrora había sido un lugar de reseñable belleza y que en aquel momento se encontraba desolado y devastado, serían los hermanos Pelissier quienes marchasen en cabeza. A dos minutos les perseguía un trío de belgas, compuesto por Thys, Gauthy y Rossius. A continuación de ellos marchará un grupo formado por Barthélémy, Michiels, Spiessens y Scieur. La lluvia y especialmente el frío, ya iban a ser compañeros inseparables de aventuras de todos los corredores. Ningún otro corredor a los señalados iba a tener nada más que decir en aquel infierno que se acaba de desatar.

Tal como se estaba consolidando su ventaja, parecía que el triunfo en la prueba sólo podría ser cosa de los dos hermanos Pelissier. Eso era algo a lo que no se podía resignar el por aquel entonces bicampeón del Tour de Francia, el belga Thys. En uno de los esfuerzos individuales más bellos acaecidos hasta el momento el corredor belga se iba a ir aproximando a los hermanos. Palmo a palmo, pedalada a pedalada el belga iba a conseguir reducir la desventaja, hasta conseguir neutralizar a ambos corredores, los que durante tantos kilómetros habían marchado por delante de él.

No avanzarían muchos tiempo juntos, ya que al poco de la neutralización, Francis iba a pagar por los esfuerzos anteriores y se iba a descolgar. Henri observa a su hermano y decide actuar reduciendo la marcha. Thys también ha visto flaquear a Francis y toma la decisión de aumentar ligeramente su ritmo. El corredor belga empieza a alejarse y Henri tiene que tomar una decisión: seguir con su hermano y ver como se escapa el triunfo, o marchar con el hombre cabeza de carrera, dejando atrás a su hermano. La decisión, la lógica, perseguir a Philippe Thys.

Thys y Pelissier van relevándose con regularidad y a un ritmo imponente, lo que hace pensar a los periodistas que acompañan la prueba que el triunfo, esta vez sí definitivamente, será cosa de ellos dos. Sin embargo, y como surgido de la nada entre la lluvia y el barro de los caminos, aparecerá en el horizonte un imponente y desconocido corredor francés, Honoré Barthélémy. En solitario ha dado caza a dos de los mejores corredores del momento.

Una vez alcanzada la cabeza de carrera, el trío cabecero estaba llegando a la fase decisiva de la carrera. Y en esa fase decisiva se encuentra a un paso a nivel que los corredores encuentran con las barreras bajadas y un tren detenido en la vía. "¿Qué hacer?", se preguntan los corredores, pues la normativa les impide avanzar, pero detenerse en ese punto es condenar su aventura. La reacción no se hace esperar y llega de una manera un tanto cómica: los corredores suben al tren, cruzan el pasillo con la bicicleta en la mano por entre los pasajeros y descienden por la primera puerta que se abre al otro lado.

Esta peripecia tiene como consecuencia para los tres el ser capaces de llegar juntos y en cabeza a las calles de Roubaix, toda vez que en los constantes demarrajes que fueron realizando alternativamente los corredores, no fueron capaces de marcharse en solitario. Una vez dentro de la localidad, y cuando están llegando al Parque de Barbieux -donde está situada la bandera de meta-, Pelissier toma la iniciativa en el grupo y es el primero en lanzar el sprint final. A Thys la acción del francés le pilla a contrapié y reacciona tarde. Cuando quiere lanzar su sprint, la distancia que ha conseguido Pelissier es inabordable y ha de resignarse con un segundo puesto aquel día, toda vez que el sorprendente Barthélémy ni siquiera ha podido disputar el sprint, como consecuencia de encontrarse al límite de sus fuerzas. El frío, el viento y la lluvia han hecho de su triunfo una victoria épica que no puede ser fácilmente olvidada.

Tras atravesar la línea de meta, el vencedor del día fue entrevistado por la prensa que cubría la carrera. En la entrevista el corredor francés se mostró contento por su victoria, pero al tiempo dijo sentirse triste por no haber sido capaz de alcanzar la meta con su hermano. Esperaba un doblete junto a su hermano.

El Infierno del Norte

El"Infierno del Norte". De tal manera iba a bautizar Victor Breyer en su crónica a la prueba que había seguido aquel día. El periodista del diario L´Auto (organizador de la prueba), iba a ser quien dejase para la posteridad aquel nombre para la prueba. La vista entristecida ante el paisaje devastador que se fue encontrando a lo largo del recorrido como consecuencia de las bombas de la Primera Guerra Mundial, iban a ser las culpables de su mito. 


Saludos a todos!!