En la edición de 2013, el Tour de Francia alcanzará el centenar de ediciones disputadas. En ese tiempo miles de corredores han competido por sus carreteras, dando lugar a millones de historias diferentes y sorprendentes. Historias como la del francés Eugène Christophe, un desventurado corredor francés cuyo infortunio en carrera ha ayudado a labrar esa leyenda que acompaña al Tour.
Eugène Christophe nació en París en enero de 1885, al tiempo que estaba teniendo lugar la Conferencia de Berlín en donde Europa se repartía el territorio del continente africano. Desde joven fue un gran aficionado de la bicicleta, lo que terminó derivando en que participase por primera vez en una carrera a la temprana edad de 18 años. Al año siguiente, en 1904, se convertiría en profesional del ciclismo.
Dos años más tarde competiría por primera vez en el Tour de Francia, en la primera de sus once participaciones, récord de la época. Ese Tour de 1906 se disputaría por puntos, y no por tiempos, y en aquella su primera participación, Christophe finalizó en novena posición de la general, con 156 puntos, por los 31 del campeón, el corredor galo René Pottie. Repitió posición tres años más tarde, en otra edición también disputada por puntos. En 1911 tuvo que abandonar la carrera, mientras que la décima edición de la prueba, la de 1912, se vio la mejor versión de Christophe, ya que consiguió tres victorias de etapa, marchando siempre en solitario (incluida una fuga de más de 300 kilómetros) y tan solo una alianza belga impidió un triunfo del corredor francés, siendo el vencedor final el belga Odile Defraye.
Era uno de los favorito para el Tour 1913
Como consecuencia de la alianza belga que impidió la victoria de un corredor local, el director del Tour, Henri Desgrange, decidió cambiar el sistema con el que se decidiría el ganador de la carrera. El ganador sería el corredor que para ese 1913 completase las 15 etapas y casi 5.500 kilómetros en el menor tiempo. Eugène, por supuesto, iba a ser uno de los favoritos antes de comenzar la carrera.
La carrera fue afrontada de forma tranquila por parte de Eugène en las etapas llanas que precedían la llegada de la montaña. A pesar de esa tranquilidad al afrontar la carrera, el parisino marchaba como el segundo clasificado tras la disputa de la etapa que finalizaba en Bayona, la última antes de tomar contacto con la montaña. El líder de la carrera era el último vencedor, Defraye, del que le separaban poco más de cuatro minutos.
Pero la desgracia del galo comenzó en esa primera etapa de montaña, que unía las localidades de Bayona y Luchon, separadas por 326 kilómetros. En dicha etapa los corredores iban a afrontar la ascensión de varios puertos míticos, como serían el Col d 'Osquich, Col d'Aubisque, Col du Soulor, Col du Tourmalet, Col d'Aspin, para finalmente ascender el Col de Peyresourde y llegar a la localidad de Luchon.
Los corredores saldrían de Bayona sobre las 3 horas de la madrugada y el equipo Peugeot de Christophe rápidamente impondría un fuerte ritmo, con objeto de fatigar al líder y que perdiera contacto con el grupo. Al llegar al Aubisque el objetivo del equipo Peugeot se había conseguido y Defraye marchaba ya con más de diez minutos de retraso, lo que convertía a Christophe en líder provisional de la carrera, aunque eso él no lo sabía. En Gorge du Luz sería donde lanzase un potente ataque, buscando coronar en solitario el Tourmalet y hacerse con una renta definitiva de cara a la general. Solamente el belga Thys sería capaz de seguir su rueda, aunque varias decenas de metros por detrás.
Pero la desgracia del galo comenzó en esa primera etapa de montaña, que unía las localidades de Bayona y Luchon, separadas por 326 kilómetros. En dicha etapa los corredores iban a afrontar la ascensión de varios puertos míticos, como serían el Col d 'Osquich, Col d'Aubisque, Col du Soulor, Col du Tourmalet, Col d'Aspin, para finalmente ascender el Col de Peyresourde y llegar a la localidad de Luchon.
Los corredores saldrían de Bayona sobre las 3 horas de la madrugada y el equipo Peugeot de Christophe rápidamente impondría un fuerte ritmo, con objeto de fatigar al líder y que perdiera contacto con el grupo. Al llegar al Aubisque el objetivo del equipo Peugeot se había conseguido y Defraye marchaba ya con más de diez minutos de retraso, lo que convertía a Christophe en líder provisional de la carrera, aunque eso él no lo sabía. En Gorge du Luz sería donde lanzase un potente ataque, buscando coronar en solitario el Tourmalet y hacerse con una renta definitiva de cara a la general. Solamente el belga Thys sería capaz de seguir su rueda, aunque varias decenas de metros por detrás.
Christophe coronaría el Tourmalet en primer lugar, con más de quince minutos de ventaja, y tras una rápida parada comenzó el descenso del puerto. Aunque nadie podía pasarle referencias, puesto que las tecnologías no eran como las actuales, Christophe sabía que la carrera era suya y que ningún otro corredor podría darle alcance, ni aquel día ni en el resto de la competición. Que equivocado estaba.
Lo que sucedió en ese descenso del Tourmalet forma parte de la leyenda negra de la carrera, una de las historias más controvertidas y que aún, a día de hoy, no ha podido ser explicada con total certeza. Durante muchos años circuló la historia que al poco de comenzar el descenso, el corredor fue derribado por un coche, y en la caída, la horquilla de su bici se rompió. Una vez retirado, parece ser, Eugène dijo que durante el descenso comenzó a temblar la horquilla y tuvo que poner pie a tierra, pero que no fue atropellado por nadie. Simplemente el director de la carrera, Desgangre, le había impedido contar la verdadera historia, ya que hubiera supuesto mala reputación para el patrocinador del corredor, y por lo tanto, también para la carrera.
Sea como fuere, bien accidente, bien simple avería mecánica, el ciclista parisino se encontró con que la horquilla de su bicicleta estaba rota y que las normas de la carrera indicaban, de manera concluyente, que un corredor debía completar la ruta sin ningún tipo de ayuda de ningún tipo. Las normas impedían recibir ningún tipo de ayuda, por lo que Christophe se vio obligado a cargar con su máquina y recorrer los aproximadamente catorce kilómetros que le separaban de la localidad más cercana, Saint-Marie-de-Campan, donde esperaba poder encontrar un herrero.
Eugène marchaba, con su bicicleta a cuestas, llorando de rabia por el descenso del puerto, camino de Saint-Marie-de-Campan, y veía al tiempo como todos y cada uno de los corredores a los que había dejado atrás a lo largo de la etapa le estaban rebasando. Trató de buscar cualquier tipo de atajo en las laderas de la montaña, pero las lagrimas que recorrían su rostro le impedían ver con claridad, y no encontró ningún camino que acortase su sufrimiento. Dos horas tardó en hacer a pie y con la bicicleta en el hombro una distancia que habría recorrido en apenas unos minutos de no ser por aquella maldita horquilla.
Una vez que entró en la localidad del Pirineo francés, se encontró con una joven chica llamada Lecomte, que le condujo al otro lado del pueblo, en donde se encontraba la herrería. El herrero se ofreció a arreglarle la horquilla, pero un comisario de la carrera lo impidió, alegando que debía arreglarlo el propio corredor. Otras dos horas, gracias a las indicaciones del amable herrero, fue el tiempo que se necesitó para arreglar la máquina. Toda la reparación tuvo lugar bajo la atenta mirada de dos comisarios, del propio director de la carrera, Desgrange, y de varios directores rivales. La tiranía de Desgrange incluso le llevó a negar que le facilitaran ningún tipo de alimento, a pesar de la petición que le hizo el corredor y de la situación que estaba viviendo.
Una vez que consiguió reparar la horquilla, marchó en dirección a Luchon, en donde finalizaba la etapa. Después de haber perdido unas cuatro horas por la avería, aún le quedaban por recorrer 60 kilómetros antes de finalizar su calvario. A Luchon llegó con más de 3 horas y 50 minutos de retraso con respecto al belga Thys, ganador de la etapa y a la postre, también ganador de la carrera.
Posteriormente sería informado que sería sancionado con otros diez minutos más de retraso, debido a que durante la reparación, un niño de 7 años le había acercado un fuelle. El equipo del galo quiso hacer un llamamiento a la coherencia del director, y finalmente la sanción fue reducida de diez a tres minutos de retraso. Finalmente Christophe acabaría la carrera en la séptima posición de la general, pero a más de catorce horas del ganador belga. Esa mítica etapa le había hecho gozar de gran popularidad entre el público francés, quien aún recordaba la magnífica carrera que había completado en la edición anterior.
Antes de estallar la Gran Guerra aún tendría lugar una edición más de la carrera francesa, en la que por supuesto, tomaría la salida Christophe. Esa edición sería la de 1914 y en ella concluiría por primera vez fuera del top-10 de la general, siendo el undécimo corredor clasificado al final de la carrera. Con el inicio de la guerra, como multitud de compatriotas, se unió al ejército y fue alistado en un batallón de ciclismo en el frente occidental.
El primer amarillo de la carrera
Una vez que concluyó la Primera Guerra Mundial también se trataría de reanudar la vida cotidiana que había tenido lugar antes del conflicto bélico. Eso afectaba también al Tour de Francia, aunque en este caso esa normalidad no pudo hacerse realidad hasta el verano siguiente a la conclusión del conflicto, en este caso, el verano de 1919.
En aquella posguerra había una increíble escasez de material, siendo en muchos casos el color de las camisetas de los equipos muy similar, en todos grises. Rossius y Péllissier habían pasado por el liderato de la carrera en las primeras etapas, pero ni los organizadores ni los aficionados eran capaces de distinguirles en el grupo, a pesar de ocupar la prestigiosa primera plaza de la general.
Ante esta situación, en la etapa que unía Sables d´Olonne y Bayona, uno de los organizadores de la carrera le sugirió a Desgrange que usasen una camiseta diferente a la del resto de corredores, con el fin de que todo el mundo pudiera reconocer al líder de su carrera. Al director de la prueba le gustó la idea, y puesto que la carrera era propiedad del periódico L´Auto, se decidió que ese jersey de líder fuese del mismo color que el periódico, es decir, que el jersey de líder de la carrera fuese de color amarillo. A Bayona llegó como líder de la carrera Christophe a quien no le convencía para nada la idea de tener que abandonar su tradicional maillot y pasar a vestir de amarillo, ya que decía que los espectadores se reían de él y que se veía como un canario. A pesar de sus quejas, Eugène Christophe pasó a la historia de la carrera como el primer corredor en portar el maillot jaune.
Eugène fue consolidando su ventaja, y a falta de dos jornadas para concluir la carrera mantenía una sólida ventaja de casi media hora con respecto al segundo clasificado, Firmin Lambot. Pero la suerte le iba a ser esquiva nuevamente también en esta ocasión, y también por la horquilla. En la penúltima etapa, que acercaba a los corredores a Dunkerque, en un tramo adoquinado próximo a la localidad de Valenciennes, Eugène se vio obligado a poner pie a tierra. Se había vuelto a romper la horquilla de su bicicleta, cuando casi acariciaba la ansiada victoria en el Tour de Francia.
Esta vez no tuvo que andar tanto tiempo como en 1913 para llegar a un taller, pero la reparación si que le llevó mucho tiempo, más de dos horas y media, con las que se le escapaban el maillot amarillo y el Tour de Francia. Acababa de decir adiós a su última oportunidad de ganar la carrera por la que tanto había peleado, pues ya contaba con 35 años. Finalmente pudo alcanzar el pódium de la general, pero a una distancia inferior a la que había perdido con la reparación, lo cual le dejó desolado.
El público, que aún sentía una gran simpatía por el corredor, debido a sus actuaciones pasadas, vivió una furia desmedida hacia su figura, ante lo que el periódico L´Auto organizó una suscripción popular con la que le pagaron la misma cantidad de dinero que si hubiera sido el ganador de la general final. Aún así, el consuelo no fue suficiente.
Sea como fuere, bien accidente, bien simple avería mecánica, el ciclista parisino se encontró con que la horquilla de su bicicleta estaba rota y que las normas de la carrera indicaban, de manera concluyente, que un corredor debía completar la ruta sin ningún tipo de ayuda de ningún tipo. Las normas impedían recibir ningún tipo de ayuda, por lo que Christophe se vio obligado a cargar con su máquina y recorrer los aproximadamente catorce kilómetros que le separaban de la localidad más cercana, Saint-Marie-de-Campan, donde esperaba poder encontrar un herrero.
Eugène marchaba, con su bicicleta a cuestas, llorando de rabia por el descenso del puerto, camino de Saint-Marie-de-Campan, y veía al tiempo como todos y cada uno de los corredores a los que había dejado atrás a lo largo de la etapa le estaban rebasando. Trató de buscar cualquier tipo de atajo en las laderas de la montaña, pero las lagrimas que recorrían su rostro le impedían ver con claridad, y no encontró ningún camino que acortase su sufrimiento. Dos horas tardó en hacer a pie y con la bicicleta en el hombro una distancia que habría recorrido en apenas unos minutos de no ser por aquella maldita horquilla.
Una vez que entró en la localidad del Pirineo francés, se encontró con una joven chica llamada Lecomte, que le condujo al otro lado del pueblo, en donde se encontraba la herrería. El herrero se ofreció a arreglarle la horquilla, pero un comisario de la carrera lo impidió, alegando que debía arreglarlo el propio corredor. Otras dos horas, gracias a las indicaciones del amable herrero, fue el tiempo que se necesitó para arreglar la máquina. Toda la reparación tuvo lugar bajo la atenta mirada de dos comisarios, del propio director de la carrera, Desgrange, y de varios directores rivales. La tiranía de Desgrange incluso le llevó a negar que le facilitaran ningún tipo de alimento, a pesar de la petición que le hizo el corredor y de la situación que estaba viviendo.
Una vez que consiguió reparar la horquilla, marchó en dirección a Luchon, en donde finalizaba la etapa. Después de haber perdido unas cuatro horas por la avería, aún le quedaban por recorrer 60 kilómetros antes de finalizar su calvario. A Luchon llegó con más de 3 horas y 50 minutos de retraso con respecto al belga Thys, ganador de la etapa y a la postre, también ganador de la carrera.
Posteriormente sería informado que sería sancionado con otros diez minutos más de retraso, debido a que durante la reparación, un niño de 7 años le había acercado un fuelle. El equipo del galo quiso hacer un llamamiento a la coherencia del director, y finalmente la sanción fue reducida de diez a tres minutos de retraso. Finalmente Christophe acabaría la carrera en la séptima posición de la general, pero a más de catorce horas del ganador belga. Esa mítica etapa le había hecho gozar de gran popularidad entre el público francés, quien aún recordaba la magnífica carrera que había completado en la edición anterior.
Antes de estallar la Gran Guerra aún tendría lugar una edición más de la carrera francesa, en la que por supuesto, tomaría la salida Christophe. Esa edición sería la de 1914 y en ella concluiría por primera vez fuera del top-10 de la general, siendo el undécimo corredor clasificado al final de la carrera. Con el inicio de la guerra, como multitud de compatriotas, se unió al ejército y fue alistado en un batallón de ciclismo en el frente occidental.
El primer amarillo de la carrera
Una vez que concluyó la Primera Guerra Mundial también se trataría de reanudar la vida cotidiana que había tenido lugar antes del conflicto bélico. Eso afectaba también al Tour de Francia, aunque en este caso esa normalidad no pudo hacerse realidad hasta el verano siguiente a la conclusión del conflicto, en este caso, el verano de 1919.
En aquella posguerra había una increíble escasez de material, siendo en muchos casos el color de las camisetas de los equipos muy similar, en todos grises. Rossius y Péllissier habían pasado por el liderato de la carrera en las primeras etapas, pero ni los organizadores ni los aficionados eran capaces de distinguirles en el grupo, a pesar de ocupar la prestigiosa primera plaza de la general.
Ante esta situación, en la etapa que unía Sables d´Olonne y Bayona, uno de los organizadores de la carrera le sugirió a Desgrange que usasen una camiseta diferente a la del resto de corredores, con el fin de que todo el mundo pudiera reconocer al líder de su carrera. Al director de la prueba le gustó la idea, y puesto que la carrera era propiedad del periódico L´Auto, se decidió que ese jersey de líder fuese del mismo color que el periódico, es decir, que el jersey de líder de la carrera fuese de color amarillo. A Bayona llegó como líder de la carrera Christophe a quien no le convencía para nada la idea de tener que abandonar su tradicional maillot y pasar a vestir de amarillo, ya que decía que los espectadores se reían de él y que se veía como un canario. A pesar de sus quejas, Eugène Christophe pasó a la historia de la carrera como el primer corredor en portar el maillot jaune.
Eugène fue consolidando su ventaja, y a falta de dos jornadas para concluir la carrera mantenía una sólida ventaja de casi media hora con respecto al segundo clasificado, Firmin Lambot. Pero la suerte le iba a ser esquiva nuevamente también en esta ocasión, y también por la horquilla. En la penúltima etapa, que acercaba a los corredores a Dunkerque, en un tramo adoquinado próximo a la localidad de Valenciennes, Eugène se vio obligado a poner pie a tierra. Se había vuelto a romper la horquilla de su bicicleta, cuando casi acariciaba la ansiada victoria en el Tour de Francia.
Esta vez no tuvo que andar tanto tiempo como en 1913 para llegar a un taller, pero la reparación si que le llevó mucho tiempo, más de dos horas y media, con las que se le escapaban el maillot amarillo y el Tour de Francia. Acababa de decir adiós a su última oportunidad de ganar la carrera por la que tanto había peleado, pues ya contaba con 35 años. Finalmente pudo alcanzar el pódium de la general, pero a una distancia inferior a la que había perdido con la reparación, lo cual le dejó desolado.
El público, que aún sentía una gran simpatía por el corredor, debido a sus actuaciones pasadas, vivió una furia desmedida hacia su figura, ante lo que el periódico L´Auto organizó una suscripción popular con la que le pagaron la misma cantidad de dinero que si hubiera sido el ganador de la general final. Aún así, el consuelo no fue suficiente.
Sus últimas pedaladas
En las siguientes dos ediciones no pudo concluir la ronda gala, y para 1922 Christophe ya era un corredor bastante venido a menos, que a pesar de todo consiguió alzarse nuevamente con el maillot amarillo de la carrera, tal como había hecho tres años antes. Ya no tenía la fortaleza de antes, pero su calidad le permitió superar la primera jornada montañosa como líder de la carrera y estar situado en el podium virtual en la siguiente etapa, la de Perpiñán.
Pero sería en esta etapa, en el descenso del Galibier cuando volvería a sucederle. La horquilla de su bicicleta volvería a romperse. En esta ocasión un sacerdote de una localidad próxima le ofreció su bicicleta para poder terminar la etapa sin perder mucho tiempo, pero el campeón francés declinó la propuesta, ya que temía que los organizadores le expulsasen de la carrera si descubrían el suceso. Esa nueva rotura de su horquilla le supuso perder varias posiciones en la general, hasta caer a la octava, en la cual finalizó la carrera.
1925 sería su último año en activo, 19 años después de haber participado por primera vez en la ronda gala y contando con 40 en su carnet de identidad. Sus mejores años habían pasado, pero aún así su orgullo le permitió finalizar en la 18ª posición final de la carrera, aunque esta vez sí, muy lejos de poder pelear por la victoria final. Se retiró habiendo participado en once ediciones del Tour de Francia, habiendo podido finalizar en ocho de esas ediciones, además de habiendo vivido una guerra cuando se encontraba en el punto cumbre de su carrera. Este parisino fue uno de los grandes corredores durante esa segunda década del siglo XX, pero una serie de desgraciadas averías le impidió conquistar su gran sueño, ser coronado en su ciudad natal como el ganador de la ronda francesa.
Eugène Christophe murió finalmente en el Hospital Broussais en París, en 1970, después de haber vivido la práctica totalidad de su vida en su localidad natal, Malakoff, una pequeña localidad próxima a París.
Perdón por el retraso.
Saludos a todos!!
En las siguientes dos ediciones no pudo concluir la ronda gala, y para 1922 Christophe ya era un corredor bastante venido a menos, que a pesar de todo consiguió alzarse nuevamente con el maillot amarillo de la carrera, tal como había hecho tres años antes. Ya no tenía la fortaleza de antes, pero su calidad le permitió superar la primera jornada montañosa como líder de la carrera y estar situado en el podium virtual en la siguiente etapa, la de Perpiñán.
Pero sería en esta etapa, en el descenso del Galibier cuando volvería a sucederle. La horquilla de su bicicleta volvería a romperse. En esta ocasión un sacerdote de una localidad próxima le ofreció su bicicleta para poder terminar la etapa sin perder mucho tiempo, pero el campeón francés declinó la propuesta, ya que temía que los organizadores le expulsasen de la carrera si descubrían el suceso. Esa nueva rotura de su horquilla le supuso perder varias posiciones en la general, hasta caer a la octava, en la cual finalizó la carrera.
1925 sería su último año en activo, 19 años después de haber participado por primera vez en la ronda gala y contando con 40 en su carnet de identidad. Sus mejores años habían pasado, pero aún así su orgullo le permitió finalizar en la 18ª posición final de la carrera, aunque esta vez sí, muy lejos de poder pelear por la victoria final. Se retiró habiendo participado en once ediciones del Tour de Francia, habiendo podido finalizar en ocho de esas ediciones, además de habiendo vivido una guerra cuando se encontraba en el punto cumbre de su carrera. Este parisino fue uno de los grandes corredores durante esa segunda década del siglo XX, pero una serie de desgraciadas averías le impidió conquistar su gran sueño, ser coronado en su ciudad natal como el ganador de la ronda francesa.
Eugène Christophe murió finalmente en el Hospital Broussais en París, en 1970, después de haber vivido la práctica totalidad de su vida en su localidad natal, Malakoff, una pequeña localidad próxima a París.
Perdón por el retraso.
Saludos a todos!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario