Bernardo Ruíz Navarrete nació en la
población alicantina de Orihuela en 1925, en la calle San Francisco, al
pie de la Sierra de La Muela. Bernardo era el cuarto de cinco hermanos, a
los cuales su padre les inculcó la honestidad en el trabajo. Bernardo
se centró pronto en las tareas agrícolas, trabajando en el campo y
repartiendo verduras y frutas.
La
historia de Bernardo como ciclista comenzó a labrarse en la modesta
empresa en que trabajaba, donde de forma casual encontró abandonada una
vieja bicicleta que pesaba casi veinte kilos. La aprovechó para moverse
de un lado a otro a diario, y también para trasladar las hortalizas. La
bicicleta, aunque pesada y a la costaba hacer avanzar, le servía para
hacer cumplir su tarea de una forma mucho más rápida y eficiente. Entre
caminos, y repartiendo pedidos se fue forjando como ciclista.
En
su pueblo había un taller de bicicletas, regentado por Juan Iborra,
quien había visto pedalear al joven chico por las cuestas del pueblo.
Después de ver durante mucho tiempo al joven chico pedaleando por las
calles, le ofreció una de sus bicicletas para cuando él quisiera. Le
trató de convencer diciéndole que era más moderna que su bicicleta y ese
hecho le beneficiaría a la hora de participar en las carreras de la
región.
Su afición al ciclismo venía desde
siempre, prácticamente, pero se vio en la necesidad de correr para poder
ganar dinero, ya que sus ingresos no eran muy elevados en esos
difíciles tiempos de posguerra. Tenía 18 años cuando empezó a correr.
Para empezar a correr, su hermano Tomás, cuatro años mayor que él, le regaló una bicicleta de gran calidad.
Tomás había reunido unos ahorros en concepto de la paga como integrante
de la División Azul enviada a la Unión Soviética, de la que fue
miembro. De ese dinero que le dieron, destinó una parte a tratar de
hacerle la vida más sencilla a su hermano de lo que él la había tenido
en la guerra. El precio de la bicicleta fue de 425 pesetas de la época,
casi un tesoro, pero confiaba en las posibilidades de su hermano. El
tiempo no hizo sino darle la razón en su apuesta. El joven Bernardo
empezó a correr en las carreras que tenían lugar en las proximidades de
Orihuela: Desamparados, Molins, Callosa, o la propia Orihuela, entre
otros lugares. Carreras de barrio, por así decirlo, en las que los
corredores no tenían ni licencia para competir, pero que les servía para
ganar un dinero que les permitía seguir malviviendo.
La
primera participación de cierta entidad en la que participó el
alicantino fue en el Circuito de la Ermita de las Angustias, de una
distancia de 40 kilómetros. A la salida de la carrera se presentó
vistiendo un pantalón corto, una camiseta de futbolista y unos zapatos
de día festivo. A pesar de su atuendo, nada le impidió hacerse con la
victoria, ante la sorpresa de la mayoría de asistentes. El premio que
obtuvo fueron 65 pesetas y un pollo. Esto tuvo lugar en 1943, cuando
tenía tan sólo dieciocho años.
Al año
siguiente, en 1944 Bernardo se aventuró a correr en una carrera fuera de
su provincia. Esa carrera iba a tener lugar en Cartagena y fue con
aquella bici que le había regalado su hermano. En previsión de una
hipotética mala participación, se puso en contacto con una persona de la
zona en donde vivía, llamado `El hojalata´, que también iba a ir
a la carrera. Acordaron ambos corredores el ayudarse mutuamente, y en
caso de obtener algún premio, lo repartirían a partes iguales entre
ambos. Aquella prueba la ganó Ruíz, quien cumplió con su palabra y no
dudó en dividir a partes iguales las 300 pesetas que obtuvo por su
victoria, regresando ambos triunfantes a Orihuela.
En
esa carrera deportiva que estaba llevando a cabo para poder ganarse la
vida, en 1944 se inscribió en la Vuelta a Valencia, en el equipo del
Frente de Juventudes de Valencia, representando a Alicante. En dicha
carrera compitió también con la bicicleta regalada por su hermano. Y
mejor suerte no le pudo traer, ya que terminó venciendo de forma
espléndida, tanto en la general final como en la clasificación de la
montaña. Al año siguiente repetiría victoria, y meses más adelante, a
pesar de ser un novato, se haría con la Volta a Cataluña, que por aquel
1945 cumplía sus Bodas de Plata.
Que pudiese participar en la Volta fue gracias a una suscripción popular iniciada en su pueblo y los alrededores por parte de unos paisanos que tenían confianza en su vecino. Se presentó con 350 pesetas en Barcelona, y sin un equipo que pudiera ayudarle. Ante ello Sebastián Masdeu, el primer vencedor de la prueba, en 1911, sintió lástima por él y le regaló un par de tubulares para que se sintiera algo protegido ante las deterioradas carreteras catalanas. El de Orihuela debió defenderse durante toda la prueba por si sólo. Su estrategia para subsistir día a día en la carrera, se fugaba para ganar las primas de mitad de carrera, y de esta forma evitar el volver a casa. Su estrategia no pudo ser mejor, ya que ganó la Volta y las 17.000 pesetas de premio que daban le sirvieron para convertirse en profesional.
Antes de que a los españoles les abrieran las puertas en el extranjero para participar en las pruebas francesas e italianas, Bernardo se impuso en dos ocasiones en el campeonato de España, en 1946 y 1948 (lo conseguiría una tercera vez, en 1951). También consiguió tres victorias de etapa, la general de la montaña y la general final en la octava Vuelta a España. Ya estaba listo para debutar en el calendario europeo.
La internacionalización del ciclismo español
Si bien hubo otros corredores antes que él que representasen a España en
el Tour, como fueron Vicente Blanco `El Cojo´, o el verdadero primer
español en el Tour, José María Javierre (Joseph Maria Habierre para los
franceses), Bernardo Ruíz fue realmente el pionero. Hubo también otros
de gran importancia, como Salvador Cardona, Vicente Trueba o Mariano
Cañardo, pero fue Ruíz quien abrió realmente las puertas de Europa al
ciclismo nacional, que por aquel entonces era un ciclismo muy maltrecho,
con escasa capacidad económica y con una ausencia de patrocinadores que
recuerda en gran medida a la que se vive hoy en día.
El ciclismo español en este caso no era un oasis con respecto a la situación en que se encontraba el país en el contexto internacional a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, en la que había colaborado con el Eje. Fue por ello que resultó algo sorprendente que para el Tour de Francia de 1949 España consiguiese reunir seis representantes para el equipo nacional. Los seis representantes serían Capó, Langarica, Rodríguez, Sierra, y por supuesto no podían faltar Berrendero y Bernardo Ruíz. No hubo suerte en esa edición y todos los seleccionados abandonaron durante el transcurso de la carrera.
Esa retirada de todos los integrantes supuso que al siguiente año se optase por no enviar ningún tipo de representación a la carrera francesa. Esa experiencia no terminó de agradar al Régimen, que quería expandirse internacionalmente, para dar una imagen de total normalidad en el país (a pesar del semi-aislamiento internacional), y por ello decidió que para la edición de 1951 el equipo español volvería a tener representación en la carrera gala. La Federación Española de Ciclismo presentó un equipo compuesto por siete corredores, todos ellos deseosos de resarcirse de las malas experiencias pasadas. El equipo estaría compuesto entre otros por Bernardo Ruíz, Manolo Rodríguez, Francisco Massip o Dalmacio Langarica, destacando en su participación el primero de ellos.
El ciclismo español en este caso no era un oasis con respecto a la situación en que se encontraba el país en el contexto internacional a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, en la que había colaborado con el Eje. Fue por ello que resultó algo sorprendente que para el Tour de Francia de 1949 España consiguiese reunir seis representantes para el equipo nacional. Los seis representantes serían Capó, Langarica, Rodríguez, Sierra, y por supuesto no podían faltar Berrendero y Bernardo Ruíz. No hubo suerte en esa edición y todos los seleccionados abandonaron durante el transcurso de la carrera.
Esa retirada de todos los integrantes supuso que al siguiente año se optase por no enviar ningún tipo de representación a la carrera francesa. Esa experiencia no terminó de agradar al Régimen, que quería expandirse internacionalmente, para dar una imagen de total normalidad en el país (a pesar del semi-aislamiento internacional), y por ello decidió que para la edición de 1951 el equipo español volvería a tener representación en la carrera gala. La Federación Española de Ciclismo presentó un equipo compuesto por siete corredores, todos ellos deseosos de resarcirse de las malas experiencias pasadas. El equipo estaría compuesto entre otros por Bernardo Ruíz, Manolo Rodríguez, Francisco Massip o Dalmacio Langarica, destacando en su participación el primero de ellos.
Previamente a participar en su segundo Tour, Bernardo tomó parte en la prestigiosa Barcelona-Pamplona tras moto, obtuvo una importante victoria, bajo un escenario dantesco a causa del viento
de la zona de los Monegros y la dureza de los 437 kilómetros que tenían que recorrer los corredores. La prueba estaba dividida en dos sectores con parada en Zaragoza. Ignacio Orbaiceta,
sería quien conduciría la moto tras la que competiría el corredor alicantino. Se dio la circunstancia de que en
varios descensos de la prueba, la moto no tenía más potencia y Ruíz se veía obligado a contener su pedaleo para esperar a la moto. La victoria fue espectacular, y demostraba que se encontraba en una forma espectacular de cara al Tour de Francia.
En esa su segunda participación en el Tour el bueno de Bernardo consiguió dos victorias de etapa. La primera llegó en el día grande de Francia, el 14 de julio, en la montañosa etapa que concluía en Brive, mientras que la otra llegó cuando la carrera ya agonizaba, también en otra etapa montañosa, la penúltima, que finalizaba en Aix-les-Bains. Nunca antes ningún español había conseguido dos victorias de etapa en el mismo Tour. Su participación aquel año, al margen de esas dos victorias, fue excepcional, firmando un noveno puesto final que sería un buen presagio de lo que le iba a deparar la carrera al año siguiente. Esa buena participación le haría replantearse su objetivo de cara
al próximo Tour, que lo afrontaría con la idea de
conseguir la victoria.
El pódium en el Tour de 1952
Hacía poco tiempo que había concluido la II Guerra Mundial y Europa se encontraba en plena recuperación económica. En ese difícil contexto en el continente comenzaba un Tour de Francia de 1952,
en el que se iban a citar varios de los grandes nombres de la historia del ciclismo. Francia iba a presentar en la línea de salida a corredores de la talla de Geminiani, Robic o Dotto.
Italia presentaba a las dos leyendas vivientes, Gino Bartali y Fausto Coppi,
acompañados del tercer gran hombre del país, Fiorenzo Magni. Bélgica, por su parte presentaba a Ockers y nada más y nada menos que a Rik Van Steenbergen. España, por último, presentaría un equipo más mediocre, que estaría liderado por el alicantino Bernardo Ruíz, bien secundado por Antonio Gelabert, Serra Gil, Francisco Massip, Andrés Trobat y José Gil.
La primera etapa fue vencida por el belga Van Steenbergen, quien luciría el maillot amarillo solamente durante una etapa, tras la que pasaría a alternarse durante las siguientes seis jornadas entre Rosseel y Magni. Una jornada más lo luciría otro italiano, Carrea, antes de que se llegase a la etapa del inédito Alpe D´Huez en donde un excepcional Fausto Coppi sería su primer vencedor en su cima. Esta sería la segunda victoria parcial del corredor italiano en aquella edición, ya que entre medias de esa sucesión de liderazgos, se había impuesto en la séptima etapa, la contrarreloj de Nancy.
Fausto había sacado a relucir su clase en esas jornadas, pero todo ello iba a quedar ensombrecido ante la demostración que iba a hacer a lo largo de la undécima etapa de la carrera, que finalizaba en su país, Italia, en el mítico puerto de Sestrières, y en la que ascenderían puertos como la Croix de Fer, el Lautaret o el Col du Galibier.
88 corredores iban a tomar la salida en la mañana del 6 de julio, camino de Sestrières, con Coppi como líder de la carrera y con un gran número de rivales tratando de hacerle perder tan preciada posición. El primer corredor que decidió plantar batalla aquel día fue Geminiani, quien atacó casi de salida. A su rueda se pegó el español Gelabert. Ambos compañeros de fuga abrieron un hueco respetable con respecto al resto de favoritos, hasta que se produjo un hecho que nadie podía esperar.
A 150 kilómetros para llegar a la meta, y a 4 para coronar la Croix de Fer, el pelotón se ve sorprendido por el ataque que está lanzando el líder de la carrera, quien se marcha en solitario en la búsqueda de los dos fugados. Tarda muy pocos minutos en darles caza y corona el puerto por delante de ambos valientes, pero sabedor de que la aventura era muy arriesgada, decide esperarles durante el descenso. También esperarán al grupo que venía por detrás, y se formará un grupo cabecero de unas quince unidades, entre las que se encontrarían Magni, Bartali y Bernardo Ruíz, aparte del propio Coppi. La carrera se había puesto muy dura.
Todos reagrupados comienzan a ascender el Galibier. Un grupo que a su paso por el Telegraphe se ve reducido de quince a siete unidades; los italianos Coppi y Bartali, los franceses Geminiani y Le Guilly, el belga Ockers y los españoles Gelabert y Ruíz. Camino de la cima del Galibier será cuando se produzca la imagen más famosa del ciclismo, en la que Coppi y Bartali comparten un bidón de agua. Una imagen que abrió un intenso debate, especialmente en Italia, aún no cerrado en muchos lugares, ya que no se sabe quien entregó el bidón a quien, pero que sobre todo refleja la humanidad del ciclista en los momentos de mayor fatiga.
La primera etapa fue vencida por el belga Van Steenbergen, quien luciría el maillot amarillo solamente durante una etapa, tras la que pasaría a alternarse durante las siguientes seis jornadas entre Rosseel y Magni. Una jornada más lo luciría otro italiano, Carrea, antes de que se llegase a la etapa del inédito Alpe D´Huez en donde un excepcional Fausto Coppi sería su primer vencedor en su cima. Esta sería la segunda victoria parcial del corredor italiano en aquella edición, ya que entre medias de esa sucesión de liderazgos, se había impuesto en la séptima etapa, la contrarreloj de Nancy.
Fausto había sacado a relucir su clase en esas jornadas, pero todo ello iba a quedar ensombrecido ante la demostración que iba a hacer a lo largo de la undécima etapa de la carrera, que finalizaba en su país, Italia, en el mítico puerto de Sestrières, y en la que ascenderían puertos como la Croix de Fer, el Lautaret o el Col du Galibier.
88 corredores iban a tomar la salida en la mañana del 6 de julio, camino de Sestrières, con Coppi como líder de la carrera y con un gran número de rivales tratando de hacerle perder tan preciada posición. El primer corredor que decidió plantar batalla aquel día fue Geminiani, quien atacó casi de salida. A su rueda se pegó el español Gelabert. Ambos compañeros de fuga abrieron un hueco respetable con respecto al resto de favoritos, hasta que se produjo un hecho que nadie podía esperar.
A 150 kilómetros para llegar a la meta, y a 4 para coronar la Croix de Fer, el pelotón se ve sorprendido por el ataque que está lanzando el líder de la carrera, quien se marcha en solitario en la búsqueda de los dos fugados. Tarda muy pocos minutos en darles caza y corona el puerto por delante de ambos valientes, pero sabedor de que la aventura era muy arriesgada, decide esperarles durante el descenso. También esperarán al grupo que venía por detrás, y se formará un grupo cabecero de unas quince unidades, entre las que se encontrarían Magni, Bartali y Bernardo Ruíz, aparte del propio Coppi. La carrera se había puesto muy dura.
Todos reagrupados comienzan a ascender el Galibier. Un grupo que a su paso por el Telegraphe se ve reducido de quince a siete unidades; los italianos Coppi y Bartali, los franceses Geminiani y Le Guilly, el belga Ockers y los españoles Gelabert y Ruíz. Camino de la cima del Galibier será cuando se produzca la imagen más famosa del ciclismo, en la que Coppi y Bartali comparten un bidón de agua. Una imagen que abrió un intenso debate, especialmente en Italia, aún no cerrado en muchos lugares, ya que no se sabe quien entregó el bidón a quien, pero que sobre todo refleja la humanidad del ciclista en los momentos de mayor fatiga.
Pocos momentos después de que Carlo Martini tomara esa mítica instantánea, a escasos kilómetros de coronar el Galibier, Coppi volvió a lanzar un ataque, esta vez para marcharse en solitario. Ruíz y Le Guilly fueron los únicos que intentaron seguirle. El descenso del italiano fue excepcional, consiguiendo abrir más hueco con sus perseguidores, que nuevamente habían vuelto a reagruparse. Por delante, Coppi pedaleaba en solitario, por detrás había cinco corredores (Bartali no entraba a los relevos) tratando de reducir la ventaja del líder. Pero podían hacer nada ante la cabalgada del Campeoníssimo.
A unos 30 kilómetros de meta, la ventaja del piamontés rondaba los cuatro minutos con respecto al grupo perseguidor. Coppi ya comenzaba a verse como ganador de la etapa, tras una sensacional cabalgada, mientras que por detrás, Robic fue el primero en saltar del grupo, aunque dos pinchazos inoportunos le hicieron perder cualquier opción de llegar delante de sus compañeros en esos últimos kilómetros. Fue el español Ruíz quien tomó el relevo del francés en su ataque, sabedor que sus opciones de pisar el pódium de París pasaban por descolgar a sus rivales. Así lo hizo, y tanto Bartali como Ockers quedaron descolgados.
En la meta de Sestrières Coppi llegó protegido por las fuerzas públicas, ante el acoso del público que se había ido agolpando en las cunetas del puerto a lo largo de la jornada. El italiano había entrado, si es que ya no lo estaba, con letras de oro en la historia del Tour de Francia. Tendrían que pasar más de siete minutos y medio para que el siguiente corredor hiciese acto de presencia por la línea de meta. Ese corredor no era otro que Bernardo Ruíz, que había completado una excelente ascensión al puerto, descolgando a sus más directos rivales de la general. Pasarían otros dos minutos y medio más hasta que el siguiente corredor, Ockers, cruzase la línea de meta. Le Guilly sería el siguiente en llegar, con 9 minutos y 56 segundos más que el ganador. Bartali, que sería quinto aquel día, se dejaría más de diez minutos en meta, y con ellos, cualquier opción de pisar el pódium final a sus 38 años de edad. Coppi había sentenciado el Tour en un día glorioso de ciclismo, mientras que la lucha por el resto de plazas del pódium se encontraba abierta y en donde el ataque de Ruíz resultaría fundamental para salvar el pódium al llegar a París.
En aquel Tour de 1952 solo pudo vencerle su muy admirado Fausto Coppi, de quien dijo años después que le consideraba como el mejor y más admirado campeón al que se enfrentó. Segundo final sería el belga Stan Ockers, quien finalizaría a un mundo de Il Campeonissimo, a nada menos que 28 minutos y 17 segundos. El tercero sería aquel joven corredor salido de Orihuela, Bernardo Ruíz, que finalizó a 34 minutos 38 segundos del campeón italiano. Se convertía así en el primer corredor español que finalizaba en el podium del Tour de Francia, en un Tour de locura, inolvidable para el ciclismo, y más concretamente para el ciclismo español. Por detrás de Ruíz finalizaron auténticos corredorazos, como eran Bartali o Robic con menos de un minuto perdido, y otro gran corredor como Magni, que finalizó a tres minutos del español.
Ese fue el Tour de Ruíz, una gran participación la del corredor alicantino, que al igual que sucediera con la del belga Ockers, pasó a un segundo plano ante el excepcional Tour que realizó Coppi y ante la fotografía que le tomaron a este con Bartali y el bidón de agua, que venía a significar la unión de las dos italias, representada por ambos corredores. Tras ese Tour se hizo amigo de Coppi, quien le llevaba en su coche a los critériums hasta que la relación se rompió cuando en Perpiñán chocaron y Fausto se rompió la clavícula.
Recordemos que hasta el pódium del de Orihuela de ese año, la mejor clasificación de un español era la conseguida por Salvador Cardona en 1929, cuando finalizó la carrera en cuarta posición, edición en la que también consiguió la primera etapa para el ciclismo español, la novena etapa, que finalizaba en Luchon. Con el premio que le dieron por el pódium, unido a y los critériums post-Tour en los que participó, Bernardo acumuló un millón y medio de pesetas. Eso le convirtió en el primer millonario del ciclismo español. Él, un campesino sin recursos que repartía los productos del campo, se había convertido en el primer millonario español de este deporte.
La vida tras el pódium y una retirada a lo grande
Después del notable éxito de haber finalizado en el pódium de Francia en 1952, al año siguiente no pudo ser partícipe de la carrera. En 1954 sí que volvió a la carrera gala, pero sus prestaciones ya no eran las de años anteriores y se marchó de vacío y en una decepcionante 18ª plaza final. Siguió participando en Francia hasta el año de su retirada, si bien sus actuaciones cada vez fueron siendo más discretas (22º en 1955, 70º en 1956, 24º en 1957 y 55º en 1958).
El calendario internacional ya se escapaba de las posibilidades del alicantino. Tan sólo la victoria de etapa del Giro de Italia de 1955 destacó en aquellos sus últimos años de carrera, siendo también la primera victoria que conseguía el ciclismo español en el Giro. Pero sus prestaciones tanto en el Tour como en el Giro habían decaído notablemente en cuanto a clasificaciones generales y posibilidad de ganar etapas.
Pero probablemente su temporada más exitosa, después de su pódium del Tour, fue su última temporada en activo, la de 1958, en la que se hizo con varios triunfos de renombre, como el Campeonato de España de Montaña, la Vuelta al Suroeste o el Circuito de Pamplona. Demostraba así que aún a pesar de encontrarse ya en decadencia con respecto a sus mejores años, seguía manteniendo su calidad intacta y todavía podía dar mucha guerra al resto de corredores nacionales. Pero se había cansado de la vida del ciclista, de vivir siempre a la carrera y fuera de su Orihuela natal, a la que siempre anhelaba cuando no se encontraba en ella. Catorce temporadas alejado de su tierra y de su gente, eran muchas temporadas.
Un tiempo después le volvió a entrar el gusanillo del ciclismo y pasó a dirigir equipos. Estuvo cuatro años dirigiendo al mítico Faema, en la división que el equipo tenía en España. Pero también se cansó de ello y decidió que había llegado el momento de establecerse definitivamente su Orihuela, donde sigue viviendo. Allí pasó el resto de sus años trabajando entre motos y bicicletas hasta que pudo jubilarse y disfrutar de todo el tiempo libre para poder pasearse.
A su retirada, nos quedó de `El Pipa´, apodo por su manía de chuparse el dedo, la leyenda de que a diferencia de sus rivales, este jamás pinchaba. Para evitar esos pinchazos, Bernardo tenía su particular secreto, que era inflar los tubulares nuevos, colgarlos como chorizos y dejarlos que se curtieran durante dos años. El material cogía dureza y despedía la gravilla de aquellas carreteras antiguas que tantos pinchazos provocaban. Una leyenda que añadir a un pionero, el primer corredor español que pisó el pódium del Tour de Francia.
El calendario internacional ya se escapaba de las posibilidades del alicantino. Tan sólo la victoria de etapa del Giro de Italia de 1955 destacó en aquellos sus últimos años de carrera, siendo también la primera victoria que conseguía el ciclismo español en el Giro. Pero sus prestaciones tanto en el Tour como en el Giro habían decaído notablemente en cuanto a clasificaciones generales y posibilidad de ganar etapas.
Pero el calendario nacional era
otra historia. En ese calendario sí que siguió brillando la figura de
Bernardo Ruíz, a pesar de encontrarse con la competencia de Bahamontes y
Loroño, especialmente, o también la de Gelabert. En esos años cosechó
puestos de honor en el campeonato de España (segundos puestos en 1953,
1954 y 1956), además de buenas actuaciones en la Vuelta a Asturias.
También consiguió regresar al pódium de una grande en 1957, en la Vuelta
a España, donde fue tercero, por detrás de Loroño y de Bahamontes.
Pero probablemente su temporada más exitosa, después de su pódium del Tour, fue su última temporada en activo, la de 1958, en la que se hizo con varios triunfos de renombre, como el Campeonato de España de Montaña, la Vuelta al Suroeste o el Circuito de Pamplona. Demostraba así que aún a pesar de encontrarse ya en decadencia con respecto a sus mejores años, seguía manteniendo su calidad intacta y todavía podía dar mucha guerra al resto de corredores nacionales. Pero se había cansado de la vida del ciclista, de vivir siempre a la carrera y fuera de su Orihuela natal, a la que siempre anhelaba cuando no se encontraba en ella. Catorce temporadas alejado de su tierra y de su gente, eran muchas temporadas.
Un tiempo después le volvió a entrar el gusanillo del ciclismo y pasó a dirigir equipos. Estuvo cuatro años dirigiendo al mítico Faema, en la división que el equipo tenía en España. Pero también se cansó de ello y decidió que había llegado el momento de establecerse definitivamente su Orihuela, donde sigue viviendo. Allí pasó el resto de sus años trabajando entre motos y bicicletas hasta que pudo jubilarse y disfrutar de todo el tiempo libre para poder pasearse.
A su retirada, nos quedó de `El Pipa´, apodo por su manía de chuparse el dedo, la leyenda de que a diferencia de sus rivales, este jamás pinchaba. Para evitar esos pinchazos, Bernardo tenía su particular secreto, que era inflar los tubulares nuevos, colgarlos como chorizos y dejarlos que se curtieran durante dos años. El material cogía dureza y despedía la gravilla de aquellas carreteras antiguas que tantos pinchazos provocaban. Una leyenda que añadir a un pionero, el primer corredor español que pisó el pódium del Tour de Francia.
Saludos a todos!!
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